Por montera

Mariló Montero

Hungría roja

CUARENTA kilómetros del oeste de Hungría han sido arrasados por una avalancha de lodo rojo. Una marea de agua y barro cargada de una sustancia química, alcalina, corrosiva y altamente tóxica, procedente de un gran depósito de residuos contenidos hasta el pasado lunes en una planta de aluminio de una fábrica en Ajka. El depósito reventó, según la empresa, al no resistir el incremento de las lluvias que rompieron una de las paredes dejando vomitar sobre varios pueblos lo que se ha convertido en la mayor catástrofe medioambiental de aquel país.

Familias enteras hacían sus quehaceres cotidianos cuando vieron cómo olas de dos metros de altura reventaban sus ventanas, puertas, casas, garajes, campos, calles, carreteras, coches por la brutalidad con la que les golpeó en pocos minutos un millón de metros cúbicos que ha causado, hasta ahora, al menos cuatro muertos y 132 heridos abrasados por los ácidos. El agua, de la que trataban de huir subiéndose a zonas altas, les iba abrasando las piernas como lava de un volcán. Todo lo que ha tocado el lodo ha quedado muerto: animales y vegetación. La preocupación se extiende por el nivel de contaminación del río Danubio, cuyo discurrir tóxico afectaría a 80 millones de personas. ¡Qué paradoja!: el Danubio azul, "imagen de unidad de todos los tiempos", tan azul y tan bello, como dice el vals de Strauss, que "une todas las tierras… Lejos del Bosque Negro te apresuras hacia el mar dando bendición a todo".

Hungría trata de evitar que esa bendición se convierta en la maldición para millones de personas. Hungría es roja, vuelve a ser roja, ahora como la tierra de Marte. Tierra a la que habrá que levantarle la epidermis para que pueda volver a regenerar algo de vida, como nos sucediera a nosotros en Aznalcóllar. Tardarán años en su recuperación, como a nosotros nos costó, pero en Hungría la marea roja ha ahogado pueblos enteros que quedarán marcados por su huella. En las imágenes que nos llegan todo es de un único color, matando la variedad que significa la vida. La uniformidad acaba con las variantes, los contrastes, las diferencias, las personalidades de las tierras, los pueblos, sus gentes.

Hay una fotografía, la que ha sido elegida para portada de muchos periódicos este pasado jueves, en la que se captó a un hombre rojo, con la cara roja, las manos rojas, su ropa roja, sentado en una silla roja, sobre un suelo rojo cuya tierra roja es la de algún lugar donde hubo una casa, ahora roja, rodeada de un desorden de escombros rojos. Todo es rojo: la carne, la piedra, la tierra, los campos, los animales… todo es rojo, como la sangre vertida, también roja. Tan sólo se conseguía ver en esa escena un gran tablón azul que por algún motivo no se impregnó, quizá como premonición de la esperanza de que esta gente pueda regenerar la diversidad y su propia vida.

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