Según mi amigo que quería que dedicase mi columna a la ex amante, chantajista y mafiosa, ha leído en Il Corriere di Viterbo, su diario de referencia, que Pablo Iglesias es un infiltrado de la CIA en la izquierda española, al que habrá que terminar concediendo la Gran Cruz de San Hermenegildo. Me invita, muy serio, a que repase su trayectoria a la luz de la posibilidad de que sea un agente doble.

Las piezas encajan. Iglesias recoge a la gran masa de descontentos del 11-M, un peligro latente para la monarquía parlamentaria, y la introduce en el sistema. Y luego, a contrapelo, la desengaña con el golpe de su chalet de Galapagar. Ha frustrado ya dos gobiernos de progreso, consiguiendo de paso romper al mismo Podemos, que los nacionalistas se peleen y que una crisis parta a Ciudadanos.

Es una tesis novelera que da respuesta a mi perplejidad de que Iglesias no haya aceptado una vicepresidencia, 1, y tres ministerios, 3, a cambio de apoyar a Sánchez. La lástima es que me he ido a Il Corriere de Viterbo y no dice nada. ¡Y yo que ya me imaginaba a Melania de chica Bond actuando de enlace…!

Con todo, si para la conexión trumpiana faltan algunas pruebas, sí creo que Iglesias ha defendido una concepción, como su nombre indica, muy ortodoxa de la política, de claros tintes antipostmodernos, prácticamente neoconservadora. Renuncia a los ministerios ofrecidos porque no implican un poder real ni una porción suficiente de los presupuestos ni una intervención eficaz en el sistema productivo. Con ello se carga (por ahora) la oportunidad de un gobierno de izquierdas y él queda a la intemperie. Por supuesto, tenemos la explicación egocéntrica (le tenía guardado su veto personal a Sánchez) y la maquiavélica (en vez de hacerse corresponsable de un gobierno socialista quiere cargarle ese muerto a Ciudadanos para sacar réditos electorales a medio plazo de su pureza izquierdista).

Vale, pero cualquiera más postmoderno se hubiese dado con un canto en los dientes con la operación de imagen que hubiese supuesto el desembarco de Podemos en el Consejo de Ministros. Eso hubiese reportado grandes beneficios de marketing, un relato muy consistente, oportunidades para reorganizar el partido a base de puestos políticos, una presencia mediática constante y la posibilidad de crearle una crisis de Gobierno a Sánchez a voluntad. No le ha bastado. Iglesias cree en la política de antaño. Es un clásico.

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