Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

Ideología de género

todos los días asistimos silenciosos a la imposición ideológica que campea a su arbitrio por los eriales de la tierra nuestra, tan machacada por los ‘hunos’ y ahora vilipendiada por los ‘hotros’. Así hasta la hora postrera, si es que antes no levantamos el ánimo para rebelarnos contra tanto atropello dictatorial. La ideología de género, que nada tiene que ver con el feminismo original cuando buscaba la igualdad de la mujer para su participación en todos los ámbitos de la sociedad, se ha tornado en totalitarismo de ingeniería social inaceptable.

A riesgo del señalamiento social, que supone hacer frente a semejante engendro, denuncio este concepto agresivo y distorsionador de la sociedad. Cualquiera que se le opone, lo sabemos, es estigmatizado, tachado y vilipendiado; no importa, si ello contribuye al desenmascaramiento de semejante bicha (ab initio).

Propugna que la diferencia de sexos no es algo natural sino el producto de prácticas sociales represoras que conviene aniquilar. De tal suerte, dicen, que ser hombre o mujer no es realidad innata propia del ser humano ¿Habías creído que eras hombre? ¡Pobre ingenuo! Tus padres te impusieron las gónadas para que representaras el rol patriarcal opresor que has estado perpetrando hasta ahora ¿Naciste con vulva? ¡Pobre mujer! Te han introducido, sin tú saberlo, en el papel de odalisca que la sociedad heteropatriarcal había pergeñado para ti.

Para esta ideología distorsionante, no existen géneros naturales sino roles sociales optativos en la conducta sexual del individuo. De tal suerte, que el sexo no está determinado por el nacimiento sino la consecuencia de una elección o deseo en el que cada uno puede elegir libremente el género. Hasta ahora habíamos hablado de masculinidad y feminidad, pues bien, ahora el género se ha convertido en un zurriburri de orientaciones sexuales al gusto del momento: fresa, nata, menta, caramelo; de tal suerte que, en este momento, al hablar de seres heterosexuales, estaríamos en un terreno sospechoso, incluso detestable, y por supuesto perseguible. Ya no es necesario la procreación, incluso debería erradicarse, por ser ésta una de las principales causas esclavizantes de la mujer con ese concepto ajado y execrable de la maternidad.

Pretenden dominar los condicionamientos biológicos, hasta que la mujer consiga liberarse de los hombres. No es preciso la cópula amorosa si conseguimos la técnica adecuada que sustituya la postura esclavizante a la que se ve sometida la hembra (las gallinas) con el australopithecus robustus (gallo de corral). Un control que pretende castrar al macho, a quien no se le considera sino como animal reproductor a superar y batir. Se trata del pleno control de la natalidad, a costa de lo que sea, y si se ha de abortar, que sea de servicio discrecional; porque la ruptura biológica requiere de estos principios (o finales) con tal que el género se incline ante el nuevo Zeus hedónico del imperio corporal. ¿Qué se deduce de todo ello? Una reivindicación de lucha contra el hombre y contra toda institución establecida que sostenga el matrimonio y la familia, exponentes, según estos cerebros, de una lucha de géneros institucionalizadora de la esclavitud; una especie de lucha de clases al peor estilo marxista, que nos llevó, como sigue haciéndolo allí donde impera, al totalitarismo más opresor y sanguinario que haya conocido jamás la humanidad.

Para ellos la familia es el principal vivero de odios donde el hombre sólo tiene el papel de opresor de la mujer. La ideología de género pretende desestabilizar las relaciones, estableciendo una especie de lucha de clases en la que el objetivo no es otro que cargarse al hombre-opresor, a la institución familiar y a toda relación basada en la complementariedad amorosa que llevaría a la alienación. Todo lo establecido en la diferenciación sexual es alienante o susceptible de ser destruido y despuntado. ¿Nos extrañamos que ahora quieran entrar en la educación para redefinir el concepto de matrimonio y familia? La ideología de género intenta formatear el disco duro de la sociedad tradicional, los valores, la religión, la antropología, la sociología y la genética. No es ninguna broma de vocabulario en terminaciones o-a-e, hay algo mucho más profundo y radical que esa aparente inocencia que se esconde detrás del día del orgullo gay. Es otra cosa. La ideología de género va más allá del sexo, a sabiendas de que es por ahí por donde más fácilmente ingresa. Imaginaos ahora a la familia redefinida (ya vemos algo) al hilo de nuestras apetencias. Reguladas sólo con contratos fácilmente rescindibles, como conviene a la utopía hedónica del momento, hasta llegar la preconizada y falsa felicidad de los sentidos a través de la exaltación del sexo sin límite moral.

Calígula sería un párvulo, en sus incestuosas relaciones, comparado con el producto que pudiera salir de este moldeado interior de personas y perros, que ya se está engendrando cuando se desarticulan los lazos naturales. ¿Es la ideología de género el logro al que ha llegado la progresista modernidad? ¡Que vivan las ‘caenas’!

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