Iglesia y 'procés'

Bien harían estos curas revoltosos en ocuparse de las cosas espirituales propias de su oficio

Más de trescientos religiosos catalanes han hecho público un manifiesto a favor de la autodeterminación en Cataluña, amparados por la conferencia de obispos catalanes (alguno, como el de Solsona, ha sido especialmente vehemente al efecto) y con la permisividad, más o menos explícita, de importantes órdenes religiosas. Para un alumno de Portaceli impone algo de respeto que dicha declaración haya sido firmada también por sacerdotes jesuitas a los que se les presupone una inteligencia y preparación superior a la media. Quizá por ello me he tomado mi tiempo en leer las razones que la sustentan.

Resumidamente, justifican su posición estos religiosos discordantes en que la tan invocada legalidad atenta contra la dignidad y libertad de las personas, por muy constitucional que aquella sea, estando la defensa de este derecho dentro de los valores evangélicos y humanísticos, en la línea de la doctrina social de la Iglesia. En realidad, sus argumentos se alinean más con las corrientes antropológicas que enarbolan el derecho de los pueblos a elegir su futuro tan en boga en los procesos de descolonización y que algunos aún defienden para las sociedades modernas, que propiamente en principios evangélicos o soportados en documentos oficiales de la Iglesia.

Aparte de la excesiva vaguedad del texto, en mi opinión la declaración contraviene un principio fundamental que es base para cualquier sociedad democrática moderna, a no ser que queramos volver a los tiempos de la Revolución Francesa: nadie en un Estado de Derecho puede situarse por encima de la ley. Podríamos hacer un esfuerzo por aceptar las apelaciones al diálogo y los intentos de comprender la realidad del otro, pero nunca la justificación de este disparate político, jurídico y social, que además conculca derechos de todos y afecta a la pacífica convivencia entre convecinos.

Afortunadamente, ni el número final de firmantes ha sido significativo ni parece que el mensaje haya hecho mella en el resto del clero, empezando por la Conferencia Episcopal, la cual ha mostrado más incomodidad que otra cosa. Hasta el papa Francisco ha zanjado contundente la cuestión, despejado de paso las dudas de los malpensados. Mejor así, y bien harían estos curas revoltosos en ocuparse de las cosas espirituales propias de su oficio, que de las mundanas ya tenemos bastante con nuestros representantes del pueblo.

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