Salvador Illa es el mejor candidato que tiene el PSOE para Cataluña tras haber sido el responsable directo de una gestión sanitaria de la epidemia que todos los indicadores internacionales consideran lastimosa, peor que Libia, Marruecos y Etiopía. Pero todo tiene explicación. En la democracia mediática que tenemos, más que hacerlo bien, importa la presencia en las televisiones. Es lo que decía el torero (con perdón): "Que hablen de mí, aunque sea bien". A Illa no le ha hecho falta ni la media verónica de la paradoja. Le está yendo de lujo con que todos hablen fatal de él.

Las consecuencias políticas y sociales de este hecho las pueden extraer mis lectores por su cuenta y, ay, riesgo. Pero aún hay más y el histórico socialista Ramón Jáuregui lo decía el jueves, 28, en una entrevista en Canal Sur Radio.

Preguntado por Illa, le parecía maravilloso que fuese el candidato, porque, en efecto, su presencia en los medios le ha dado una clara ventaja competitiva. Pero ¿no le parecía irresponsable relevar al responsable de Sanidad en medio de una tercera ola que está adquiriendo (¿cepa británica, variante sudafricana, falta de vacunas?) el inquietante perfil de guadaña de un inmenso signo de interrogación? Jáuregui dijo que no, porque tampoco la gestión de Illa había sido ni regular, como demuestran (¡dijo!) todas las comparaciones internacionales. El valor de Illa, según Ramón Jáuregui, es que ha gestionado el desastre total del coronavirus con mucho talante, transmitiendo tranquilidad y diálogo.

Ese perfil coincide con el que el candidato del Partido Popular, Alejandro Fernández ha trazado con una anécdota. Cuando el PP tuvo la oportunidad de desalojar a los nacionalistas de algunos ayuntamientos si el PSC apoyaba, el responsable era Illa. Alejandro Fernández lo llamó, e Illa le colmó de elogios suntuosos, pero dejó gobernar naturalmente a los nacionalistas.

Con todo, por cercanía, es más impactante lo que revelan las declaraciones de Jáuregui. Illa es el hombre perfecto del PSOE-PSC en Catalunya porque es un experto en mantener la serenidad en los desastres más absolutos, que es lo que reina en la política catalana. Como si a un violinista de la orquesta del Titanic se le contratase para actuar en distintos terremotos, hecatombes e incendios, porque, aunque no es un virtuoso del instrumento, la parsimonia y la circunspección -mientras todo se viene abajo- él las borda.