Siempre que llegaba la Noche de Reyes, dejaba para el final el irse a descansar, mirando por las ventanas del tiempo cómo el frío se acurrucaba entre papeles de regalo. Sonreía al sortear el reguero de caramelos repartidos por el suelo. Comprobaba que los vasos de leche estaban preparados, y colocaba un par de servilletas junto al plato de galletas, por si acaso alguna túnica se manchaba.

Sentía que su trabajo estaba llegando al final cuando buscaba la luna en la oscuridad de los horizontes y ésta dibujaba en el cielo un puñado de estrellas nerviosas, de esas que no paran quietas, de esas a las que les costaba conciliar el sueño.

El sueño… ese caballo de batalla que todo el mundo intentaba dominar en la noche mas mágica del año.

Porque magia era lo que se respiraba en la Noche de los Presentes. Y lo hacía todo aquel que tenía un alma noble y que palpitaba a destiempo esperando a que el alba se despertara y la mirada se le volviera a desvestir con aromas de infancias.

En el fondo, todos llevamos en nuestro interior al niño que un día fuimos, ese que vemos cuando palpamos las cicatrices que nunca se olvidan, los recuerdos que nunca se ahogan, los suspiros que nunca dejan de suspirarse… a pesar de los olvidos, los años y los silencios.

Y la ILUSIÓN, ese brote de Esperanza que cada corazón tiene guardado en el zaguán de los sueños, lo sabía.

De ahí que preparase con mimo cada detalle. Cada gesto. Cada regalo.

Y en la noche de las noches cumplía a rajatabla con su cometido para que horas más tarde las sonrisas brillaran, los abrazos se fundieran y el amor se renovara por completo en un cuento infinito con final feliz.

Así que, háganse un favor…

Déjense llevar por la ILUSIÓN y no la pierdan nunca.

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