Ilustrísimo Botella

Lo que menos necesita el matrimonio civil es que lo asimilen a una parodia barata de las bodas católicas

El Sr. Don concejal Javier Botella Franco, de Levantemos, marca blanca de Podemos en El Puerto de Santa María, ha celebrado en el salón regio una boda por lo civil disfrazado de sacerdote y con dos coloretes en la cara. En vez de estola, se había puesto una bufanda del Barça. No sé qué tiene el Barça que se apunta a todo. Alguna vez he señalado con estupor que mi suegra es del Barça, incluso. Los coloretes se comprenden ya que la cara no se le pone colorada por sí sola, ni por esto ni por la multa que le pusieron en la feria por orinar en la vía pública, como la compañera Águeda Bañón.

Botella Franco esgrimirá la disculpa del carnaval, las risas y la libertad de expresión. Ya sabemos que esas disculpas funcionan de maravilla en un sentido, y jamás en el otro, porque en España rige el imperio de la ley del embudo. Entre drags queens, Ritas al asalto, autobuses de sentido único y concejales carnavalescos, uno empieza a preguntarse si no será un ciudadano de segunda o el muñeco del pim, pam, pum de todas las gracietas y reivindicaciones.

Con todo, el error de Botella es no haber tenido en cuenta la advertencia de S. J. Lec: "Un satírico que escupe en la dirección del viento se escupe en la propia cara". Ahora la dirección del viento (una levantera) es mofarse de Dios, de la Virgen y de la Iglesia. Es lo que está de moda. Y por eso un humorista auténtico, como advertía Lec, que lo fue, no puede permitírselo. Porque se escupe a sí mismo.

Véanlo. Al convertir en una chanza la celebración de un matrimonio, por muy conchabados en la broma que estuviesen los contrayentes, Javier Botella ha devaluado la unión de ambos cuando debía solemnizarla. Hay momentos tan importantes en la vida de dos personas que piden un rito lo más formal posible, como han hecho todas las civilizaciones. Además, Botella Franco daña la imagen del matrimonio por lo civil en general. Lo que menos necesita la institución, tan respetable, es que la asimilen en el subconsciente colectivo a una parodia barata de las bodas católicas. Botella remató su faena diciendo: "Lo que yo una que no lo separe ni Dios". Eso, blasfemia aparte, muestra la nostalgia de lo sagrado que tienen y hasta qué extremos no son capaces, ¡ellos!, de sostener la autonomía de lo laico. Pero aprovechemos la frase de marras para desear al nuevo matrimonio que, a pesar del arranque, sean muy felices y no se separen, en efecto, nunca.

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