Tierra de nadie

alberto Núñez Seoane

Inconsistencia

No se quieren dar por enterados. A los líderes de la mayoría de los partidos políticos españoles se les ve el plumero cuando se muestran incapaces de asumir reveses o aceptar derrotas. Son ellos los que elaboran sus programas electorales, ellos quienes formulan sus promesas y sus planes; nadie, más que ellos mismos, son responsables de ser consecuentes con los resultados de cualquier votación, mucho más, si se trata de unas Elecciones Generales.

Pero España sigue siendo peculiar, diferente para mal. Aquí, o nos toman por imbéciles, o se creen más listos que nadie, o piensan que 'todo vale', o un poco de cada, quien sabe.

Salvo Rajoy, a quien no se le puede discutir su triunfo, con el aumento de catorce escaños en el Congreso y el refuerzo de su mayoría absoluta en el Senado, todos los demás han sufrido varapalos, de distinta consideración, pero garrotazos al fin y al cabo. Por supuesto, ninguno de ellos parece haber recapacitado ni estar dispuesto a hacerse responsable, y consecuente, con los estacazos que la ciudadanía les ha endosado.

Pedro Sánchez, que ya debiera haber dimitido tras el descalabro de diciembre, sigue aferrado, después del desastre histórico de junio, al timón de un barco que se le confió para que salvase y al que, sin embargo, parece empeñado en hundir en la más profunda de las fosas marinas. Su empecinamiento llega al más espantoso ridículo, su egoísmo está envenenando al PSOE, su prepotencia esquilma el futuro inmediato de la social democracia en España; pero él sigue 'dale que te pego', encerrado en su particular burbuja, ajeno a la altura de miras, ausente de visión política, obsesionado con su sueño imposible: La Moncloa.

Sánchez se tiene que ir, antes de que lo echen. Tiene la obligación moral, se lo debe a su partido, de dejar paso a otro protagonista, su fracaso, repetido hasta doler, ha sido absoluto, imposible de maquillar, inapelable. España necesita un PSOE fuerte, unido y dispuesto a defender los interese de todos los ciudadanos. No son tiempos para vaguedades, indefiniciones, dudas, debilidad, o torpezas, la magnitud de los problemas que nos amenazan a todos exigen personas capaces, decididas, con visión de Estado y con un sólido e incuestionable respaldo de su partido y de las bases del mismo. No queda otra.

Albert Rivera parece haber perdido su oportunidad, al menos está claro que no la ha aprovechado. Sus pactos, un tanto sorprendentes, sus indefiniciones: ahora te veto, ahora no te veto, ahora voy con el PSOE, ahora con el PP; su falta de posicionamiento claro en un espacio ideológico definido; le han pasado una factura bastante cara: es la última fuerza política en Cataluña -donde nació el partido- y ha perdido ocho representantes en el Congreso; su papel, que podría haber sido clave de haber incrementado los cuarenta escaños que consiguió en diciembre, se diluye entre serias y razonables dudas, que oscurecen su futuro. Puede que lo suyo no sea para dimitir, aún, pero si quiere retomar el camino acertado para situarse en el centro de la esfera política, ha de tomar medidas, cambiar actores y, sobre todo, aclarar y aclararnos a todos, cuál es su posicionamiento, a donde quiere llegar y como lo va a hacer.

Lo de Alberto Garzón es 'de nota'. Este inexperto e inmaduro aprendiz de marxista, de purita pacotilla, se debió creer Trotski en la Revolución de Octubre de 1917, no sé.

De él, 'caperucita roja' vamos a llamarle, y al lobo, disfrazado de 'abuelita' con coleta y todo, que se la ha merendado; les digo el próximo lunes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios