HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Indumentaria

EL nacionalsocialismo llegó al poder democráticamente, como todos sabemos, y no faltaron intelectuales alarmados que advirtieron a los alemanes del peligro de dejarlos llegar a las instituciones y al gobierno, pues no habría luego manera de echarlos. Dijeron incluso algo incorrectísimo hoy, Hannah Arendt entre ellos, que la violencia que hubiera desencadenado prohibirlo, marginarlo y perseguirlo habría sido menor, y más justa, que las consecuencias de un totalitarismo perverso. El nazismo llegó a invertir el objeto de la piedad natural humana ante el sufrimiento ajeno: no pensaban los asesinos de los campos de exterminio en el mal que estaban haciendo, sino en lo dura que era su misión y en los espectáculos horribles a los estaban obligados a asistir en el cumplimiento de su deber. También ahora se advierte de que la democracia no puede ser débil con aquellos que la utilizan para acabar con ella.

Arendt explica, para temor y temblor nuestro, la moral transmitida a las organizaciones nazis por Himmler para tranquilizar las conciencias de quienes más directamente se encargaron del horror. Estaban haciendo un trabajo patriótico terrible para ahorrárselo a las generaciones futuras, una tarea histórica, grandiosa, épica, que se haría de una vez y, alcanzados los objetivos, no se repetiría más, y que, como todas las grandes empresas de la Historia, comportaba una pesada carga para quienes la tenían que realizar. Era una misión espiritual que los alemanes del futuro agradecerían. Con el nacionalismo y el socialismo como banderas, una puesta en escena atractiva para los jóvenes, las clases medias mejoradas en su economía y la ilusión de una Europa pura, grande y poderosa, desembocaron en un terror desconocido con detalles humanitarios reconocidos por los jefes de los campos: la muerte por gas es indolora.

No queremos parecer agoreros; pero, ¿no es este el mismo espíritu del nacionalismo socialista violento vasco? La democracia 'real' de los 'indignados', ¿no es un anuncio totalitario? El fundamentalismo islamista, ¿no mira con simpatía expectante a los anteriores por compartir con ellos un enemigo común: la democracia? Se dirá que no tienen nada que ver unos con otros ni cada uno con el nazismo, pero no estamos tan seguros. La indumentaria -una estética implica una ética- de los etarras es la misma de la progresía juvenil antifranquista de hace 40 años, aunque no estén en edad ni en tiempo, y la de los indignados varía muy poco. Los musulmanes visten a su usanza como aviso del rechazo a las conquistas sociales europeas de los últimos siglos. Son formas de disimulo y de amenaza por la alta misión, la dolorosa carga histórica que han asumido para ahorrársela a las generaciones futuras. Todos les estaremos agradecidos cuando el sistema democrático, débil y corrompido, tenga su ley de Memoria Histórica.

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