LA influencia de la gestión social se está volviendo interesada en redes. Sea con siglas de algún color, con nombres propios o con seudónimos, las páginas están creciendo como setas. Los influencers se están convirtiendo en creadores de contenidos con un perfil que hace que los demás confíen en ellos. Se lo tiene bien estudiado, aprendido y catalogado. Cuentan con una formación personal previa y de un grupo interesado permanente.

Por estos lares también se está extendiendo la moda, aunque pronto va a tener que ser considerada una oportuna y moderna herramienta para la influencia social repetitiva que llega a nuestros móviles sin haberlo solicitado. Y claro, ante esa posibilidad los oligarcas de las ciudades y sus pupilos están dispuestos a hacerlas suyas sin demora. Conectan con su público de manera transversal para conseguir que se les siga. Alcaides y alcaidesas que vuelven de las vacaciones, que reaparecen tras años de oscurantismo o que se postulan ere que erre como posibles en potencia. Aparecen, desaparecen y vuelven como fantasmas para conseguir el poder y ahora se está promocionando cada vez más por las diferentes redes sociales. Lo que hacen es vender un producto.

Al hilo de eso, deben creer en su imagen y en lo que vende, aunque para ellos el principio de honestidad sea lo de menos y al final se les pueda volver en contra. Nos están atiborrando de publicidad, son los responsables de lo que dicen y de la marca y se parapetan en ellas para llenarnos la memoria de las tarjetas sin decir si es que de verdad se están preocupando por lo que dicen o podemos estar asistiendo a una nueva forma de hacer creer lo que no es.

Por ello, debe ser lícito tener dudas de que se esté haciendo de manera honesta y solidaria y además debe estar justificado saber a lo que nos estamos exponiendo con nuestra pasividad receptiva.

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