HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Ingeniería sexual

El catálogo de sexualidades maniáticas puestas de moda por la izquierda delirante es muy corto, mientras que el incluido en las leyes penales es bastante más largo. Esto quiere decir que la sexualidad es de derechas y solo algunas tendencias toleradas, incluso promocionadas con subsidios y alentadas entre los escolares, podrían ser izquierdistas. Hay que tener mucha imaginación o mucha fe progresista para deducir que la transexualidad es más de izquierda que la gerontofilia. Al contrario: la exacerbación de la femineidad, los maquillajes y afeites y el coste de los modelitos están más cerca de los gustos conservadores burgueses que la dedicación continua a los ancianos. Por lo que le toca, el izquierdismo envejecido, atrasado y nostálgico de un pasado turbulento, debería tener en cuenta esta consideración. Una cosa parece clara en medio de la confusión progresista: la sexualidad es de derechas, pues no da igualdad de trato a las bellezas inquietantes y a los monstruos de la naturaleza, y sus comportamientos no difieren de los ya conocidos por los Pueblos del Mar.

De todas las sexualidades defendidas por la izquierda, como si dejar sueltos a los instintos naturales fuera un progreso que condujera a la felicidad y no al contrario, la única que tendría ciertos visos de modernidad beneficiosa para los agraciados sería la bisexualidad, el sexo sin manías, la única que no existe. No se trata de negar su existencia, como la revolución clerical iraní hace con la homosexualidad, sino que no existe de verdad. Habría que estudiar caso por caso. Si después de ímprobas investigaciones y trabajos se descubriera un bisexual puro, al 50%, estaríamos ante un fenómeno de la naturaleza, insólito, que se publicaría en las páginas de ciencias de los periódicos. Pero, ¡ay!, no existe. Una de las tendencias será aplastante sobre la otra y, por lo que sabemos, suele ser una tapadera tonta de la homosexualidad, o de una de las sexualidades que ha terminado en los códigos penales a pesar de estar en la Biblia, en La Iliada y en Platón, y de hablar de ella con desparpajo Anacreonte y Estratón de Sardes. No ha habido progreso, sino retroceso a las tiranías griegas, además de haber convertido en delincuentes a tantos intelectuales de la izquierda aristocrática del siglo XX.

Solo intentar explicarnos la existencia de ideologías en las sexualidades, comporta adentrarse en un laberinto del que nadie saldría, si sale, incólume. La izquierda debe renunciar a su pretensión de educarnos, reeducarnos más bien, en prácticas sexuales que da por buenas para el progreso de los pueblos unidos, y de prohibirnos las que considera malas para lo mismo. En lo intrincado del sexo, lo malo es más atractivo que lo bueno, y de lo bueno se pasa a lo malo por curiosidad. Las llamadas ingenierías sociales están en la historia como fracasos sonados; las sexuales no deberían ni siquiera pensarse.

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