Inglaterra, en horas bajas

Al final, va a ser verdad que la globalización nos hace a todos más iguales, al menos en los defectos

En casa, decir Inglaterra era casi como apelar al civismo y la educación. Por eso nos mandaban los veranos a pasarlos en aquel elegante colegio dirigido por un pastor protestante como salido de una novela de Jane Austen, cambiando el calor africano de aquí por los vientos frescos del norte, el aceite por la mantequilla, los duros campos de albero plagados de niños pegados a una pelota por aquellas bucólicas e inacabables praderas verdes donde rubios colegiales repeinados todos vestidos de blanco se iniciaban en el aprendizaje imposible del imperial y tedioso cricket.

Y quizá sea eso mismo lo que nos devuelve cada cierto tiempo por allí, como si cuando bajásemos las escalerillas del avión el inconfundible olor a moqueta y a humedad nos transportase a aquel primer tiempo de la vida, y con la misma mirada asombrada del niño nos reencontramos con los inconfundibles taxis negros esperando a que se suban las adorables clientas con sus bolsas floreadas de Fortun & Mason, con las sigilosas conversaciones de discretos ejecutivos que apuran su hora de frugal almuerzo en un pequeño restaurante de Fleet Street, con las pacientes colas que hacen los aficionados para conseguir una entrada barata de teatro en cualquiera de los que rodean la bulliciosa Leicester Square. En aquellos tiempos en que aquí estaba todo por hacer allí ya estaba hecho todo, o al menos eso pensábamos hasta ahora.

Hace apenas un par de días, en el puerto de Dover, paso de todo el tráfico comercial por el Canal de la Mancha, se podía leer una gran pancarta que anunciaba el cierre de las fronteras con Francia. Inglaterra, la potencia, la aislacionista, la que nos daba sus lecciones de corrección y pragmatismo, quedaba así bloqueada, y con ello cientos de personas y empresas que no pueden desplazarse hacia otros puntos de Europa, con las consecuencias económicas y personales que ello comporta, al punto de temer por el normal abastecimiento de la población.

Este nuevo revés propiciado por el extraño brote del Covid con origen en el sudeste inglés acrecienta el progresivo desprestigio de nuestra admirada Inglaterra en los últimos años, sus erróneas decisiones en las que tampoco ha faltado su buena ración de populismo, y la dramática degradación de sus principales líderes políticos. Al final, va a ser verdad que la globalización nos hace a todos más iguales, al menos en los defectos.

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