HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Injusticia y desorden

En el mejor estilo nazi, un menor puede denunciar a sus padres por innumerables razones, pues la figura del daño psíquico lo admite todo. Los padres no saben si dejar a los hijos a su libre albedrío y ponerse a su servicio como las esclavitudes religiosas, o suspirar para que el poder político salga de la intimidad. Nunca quiso el legislador entrar en las casas para regular cuestiones conflictivas internas que la propia sociedad regulaba. El legislador sabía que las madres desnaturalizadas, los hijos que no cuidaban ni alimentaban a sus padres ancianos, el hombre o la mujer violentos que maltrataban a su familia existían, y crueldades peores que mejor es no menear. Las leyes contemplaban todo esto de manera general, porque no podían contener cada caso concreto. Por un lado, dejaba, y así se decía en el siglo XIX, a la conciencia de cada uno y al castigo moral determinados comportamientos, y no porque el legislador fuera ingenuo y confiaraen la conciencia y en la moral de los indeseables, sino porque ambas existían en la sociedad y ésta auxiliaba al legislador.

Cuando Goethe, al ver las consecuencias de los tumultos callejeros de las pseudo-revoluciones alemanas, dijo que prefería una injusticia al desorden, no se le había ido la cabeza. Es preferible. Las leyes no entraban en la intimidad de las casas, ni deben entrar. Se suponía que las leyes naturales regulaban las relaciones dentro de la familia, con las excepciones propias de gente ínfima y degenerada, excluidas de la compañía de las personas decentes o en la cárcel. Los conflictos frecuentes y conocidos los solucionaba la sociedad misma: un vecino de respeto intervenía; si no, parientes y allegados de la familia; si tampoco, llamaban al párroco. Los vínculos afectivos y sociales eran muy fuertes y difíciles de romper, si no se quería romper con ellos el crédito personal. Si nadie podía poner orden y había que llamar a la policía y recurrir a las leyes, el descrédito social dejaba a las personas sin futuro.

Hemos dejado que nos legislen las intimidades y los afectos sin darnos cuenta de que nos quitaban las libertades humanas antiquísimas, pensando quizás que la vida sería más cómoda si le entregábamos el orden de las casas a un ente abstracto, sin querer ver que el precedente de controlar la intimidad es el siglo XX y totalitario. No sólo hemos consentido que se una la injusticia al desorden, sino que ambos han traído la indefensión de los padres cuando un hijo educado en la amoralidad aparezca a los 15 años con un hacha. ¿Cómo podíamos pensar que a una joven, a la que se le ha permitido abortar a los 16 años sin permiso de los padres, se la podía castigar sin salir un fin de semana? ¿Cómo se reanuda la intimidad de una familia cuando los padres, denunciados por sus hijos y detenidos en prevención, vuelven a la casa? Sociólogos habrá que lo expliquen.

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