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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La Inmaculada, patrimonio cultural

Cuestión de fe para los creyentes y tesoro cultural para todos gracias a Velázquez, Zurbarán, Murillo, Montañés…

La festividad de la Inmaculada Concepción concierne, lógicamente, solo a los cristianos como tradición piadosa milenaria y como dogma desde 1854. A nadie que no sea cristiano, y más concretamente católico porque hay iglesias protestantes que no la reconocen, le concierne esta fiesta. Pero esta es una verdad solo a medias. Porque la Inmaculada ha impregnado de tal forma nuestra Cultura -con C mayúscula- que más acá de las creencias (lo digo así porque más allá de ellas ni hay ni puede haber nada) es imposible ignorarla sin amputar una parte considerable de la historia de la pintura, la escultura, la literatura y la música. No creemos en los dioses paganos, pero ello no nos exime de conocer la cultura clásica (aunque los planes de estudios anti humanistas lo intenten) ni de admirar sus extraordinarias obras de arte. Lo mismo sucede con la cultura religiosa judeocristiana, se sea creyente o no, sin la que es imposible comprender la historia y la cultura de Occidente.

Hablar de la Inmaculada supone hacerlo de obras extraordinarias de Murillo, Zurbarán, Velázquez, Montañés, Mesa, Cano, que lograron dar forma a un misterio difícilmente representable a través de una de las iconografías más inteligentes, sutiles y complejas de la historia del arte. Porque la mujer ensimismada coronada de estrellas con la luna como escabel no representa ningún momento de la vida de la Virgen, sino una idea y a la vez un ideal, un concepto y a la vez un misterio religioso. Es uno de los más extraordinarios y hermosos logros de la capacidad del arte para dar forma visible al misterio. En su cumbre escultórica, que para mí es la Cieguecita de Montañés, la más bella (y más olvidada) imagen mariana de Sevilla no solo de gloria, se logra el milagro de esculpir el silencio.

Hablar de la Inmaculada supone hacerlo de textos que van de Llul a Montesinos pasando por Góngora, Lope de Vega, Calderón o San Juan de Ávila y su extraordinario "¿Quién es esta que nace como alba?". De músicas que van del Tota Pulchra gregoriano a los de Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria o Palestrina. Como misterio o dogma religioso es una cuestión de fe que solo afecta a los creyentes. Pero también es un tesoro cultural con C mayúscula, insisto, que ha inspirado algunas de las mejores obras que el ser humano ha creado. Y que por lo tanto es patrimonio cultural de todos.

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