Iglesias se ha hecho un autorretrato. En la tribuna del Congreso se ha pergeñado como lo que es: alguien francamente orgulloso de representar al partido comunista (con sus 100 años de historia, dice él, y con sus 100 millones de muertos, dice la historia). A estas alturas, todos ustedes habrán visto y oído su contestación a Vox, en la que les llama de todo y llama a la eliminación de esa formación, con tonos propios de los años 30 del XX. «Representan el odio, la hipocresía y la miseria moral y les aseguro que España se quitará de encima la inmundicia que ustedes representan», ha espetado.

Naturalmente hay personas que se preocupan por estas amenazas casi personales; pero yo creo que nadie se tendría que preocupar más que Pablo Iglesias, salvo Pedro Sánchez, si fuese capaz, o algún socialdemócrata del PSOE, si quedara. Por cinco razones.

1) Iba cundiendo la sensación de falta de empatía del Gobierno con las víctimas del coronavirus. Iglesias, con esta salida por Antequera o, mejor dicho, por el frente del Ebro, ay, Carmela, cuando le estaban preguntando, ojo, por los 15000 muertos, 15000, de las residencias de ancianos, competencia de su vicepresidencia, demuestra que las víctimas no son su prioridad.

2) Oscar Wilde informó a alguien que se excusaba diciendo que había perdido los papeles: "La buena educación es lo primero que se pierde cuando no se tiene". La inexistencia del talante parlamentario de Iglesias ha quedado en evidencia.

3) Se deja en la gatera su perfil institucional. Un vicepresidente democrático no puede amenazar así al tercer partido de la oposición, con bastantes más votos que el suyo.

4) Una básica proyección estadística serviría para constatar que hay votantes de ese partido entre los sanitarios, la policía, el ejército, los taxistas, etc., y entre las víctimas. O sea, entre todos los colectivos a los que España debe tanto y a los que el Gobierno nos insta a aplaudir como se merecen. La intervención del vicepresidente incurre en una contradicción que socava la unidad que exigen.

Y 5) desde la dialéctica parlamentaria, se muestra muy vulnerable a las críticas de la oposición, con una excitabilidad explosiva contraproducente. Muchísimos a los que gusta incluso que desprecie a Vox se habrán espantado por este tono. Vox le saca de sus casillas y, entonces, él regresa a su casilla de salida, que es el guerracivilismo. ¿Le beneficia algo ese perfil?

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