La ciudad y los días
Carlos Colón
Ministra fan, oposición Bartolo
La esquina
Alguien lamentó en su última hora: me moriré sin saber para qué sirven las diputaciones provinciales. Ahora se le podría contestar: sirven un poco para ayudar a los pequeños municipios en la prestación de servicios a sus vecinos y sirven un mucho para crear redes clientelares, recoger a líderes políticos fracasados o en retirada y asegurar el poder orgánico del partido dominante mediante el uso, y abuso, de los recursos públicos que nutren estas instituciones.
Mi compañero Sánchez Zambrano ha escarbado en la Diputación de Cádiz, que preside la sanluqueña Irene García -también secretaria general de los socialistas gaditanos-, pero lo que ha desvelado podría encontrarse, en mayor o menor grado, en otras muchas diputaciones: un enorme despliegue de asesores nombrados a dedo, bien remunerados y de funciones inciertas o directamente inexistentes.
Ahí van los datos objetivos. Con Irene García el número de asesores se ha elevado a veinte (eran seis a finales del siglo XX). El gasto en estos especímenes ha aumentado un 75% en seis años. El coste de los asesores supone 822.000 euros anuales a las arcas públicas. En sus contratos figura su dedicación plena a la institución provincial. La mayoría son alcaldes derrotados en las elecciones locales a los que se consuela proporcionándoles un sueldo por hacer una de estas dos cosas: o poco o nada. En realidad se dedican a hacer oposición en sus pueblos a los alcaldes de otros partidos que los derrotaron o realizar trabajos orgánicos para su partido, financiadas por los impuestos de todos los contribuyentes.
La tareas de asesoramiento y ayuda a los municipios podrían realizarse con modestas oficinas comarcales o mancomunidades, sin toda esta parafernalia diputacional, tan cara como inútil. Y obscena: se hace por la cara, y sin disimulo en los casos en que los llamados asesores no aparecen por sus puestos de trabajo. Son abrevaderos de políticos en decadencia. A los fracasados o purgados relevantes los mandan al Senado, y a los más selectos, al Parlamento Europeo. Los demás, a chupar del bote provincial... y agradecer eternamente su consideración a quien los designa.
El líder (lideresa en este caso) les concede unos años más de lo que eufemísticamente llaman servicio público y ellos le responden con una sumisión total en las frecuentísimas disputas internas del partido. Una sociedad de socorros mutuos. Así funciona este tinglado de la vieja farsa.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Carlos Colón
Ministra fan, oposición Bartolo
Confabulario
Manuel Gregorio González
Lo mollar
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Israel, la guerra permanente
La colmena
Magdalena Trillo
A por uvas
Lo último