Cuarto de Muestras

Irreflexivos

la reflexión debería hacerse el día después de las elecciones y no el anterior

En este mundo tan acelerado y poco pensativo van los políticos y nos ponen a reflexionar. Como si hubiésemos hecho algo malo, nos dicen que nos vayamos al rincón de pensar la víspera de las elecciones. Yo les quedo muy, pero que muy agradecida ante el silencio propagandístico que genera la jornada de reflexión después de oír lo que se suele oír durante la campaña electoral. Tengo que reconocer que esta vez han elevado el nivel a un recreo de colegio de hace mil años: Tontopollas, papafritas… para que vean que reflexiono.

Y no es por ser tiquismiquis, pero la jornada de reflexión no la deberían de poner la víspera de la jornada electoral sino el día después. Si la reflexión es antes, es inevitable quedarse en todas las tonterías que se han escuchado durante la campaña, en lo inútil y anacrónico que suele resultar tanto mitin, tanto periplo, cuando casi todos tenemos decidido el voto desde hace mucho. La mayoría vota conforme a su ideología, si es que hoy se tiene ideología (esto da para otro artículo), y para que no salga el que menos les gusta. Total, que al final, la campaña, la jornada de reflexión, los sondeos, se hacen para la minoría de indecisos que, al parecer, son los que mandan en el mundo, cambian los gobiernos y, cada vez con más asiduidad, los forman. Como habrán podido observar la indecisión y no el criterio, la minoría y no la mayoría, se imponen. El bipartidismo ha muerto, dicen algunos solemnemente, pero yo no me lo creo.

Bueno, a lo que iba, que la reflexión debería hacarse el día después de las elecciones y no el anterior. Deberían permitirnos no ir a trabajar y que cerrasen los colegios una vez conocidos los resultados. La jornada de reflexión se abriría la misma noche de la votación y una vez que todos proclamen que han ganado y que las elecciones son la fiesta de la democracia, frase que odio porque, de ser así, a los políticos les gusta estar todo el día de fiesta, sobre todo, si no les satisface el resultado. A partir de ese momento crucial, podríamos valorar qué hemos hecho con nuestro voto y que harán con él. Podríamos sopesar el coste económico de ir a las urnas. Preguntarnos por qué las listas siguen sin ser abiertas. Nos cuestionaríamos si los políticos serán capaces de reducir su número, como en cualquier país civilizado. Concluiríamos planteándonos por qué los políticos reflexionan tan poco.

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