En la lejanía invita, es el viejo islote de Sancti-Petri, la estampa a tiro de piedra desde la Punta del Boquerón de la Isla, el viejo templo de Hércules rodeado de mil leyendas a donde se llegó Julio César a orar por su destino, y el de Roma; si vas contemplas un desierto que se deshace, una aridez de sal de la que sólo las vistas compensan, los cuatro puntos cardinales allí, mar abierto, mar y piedras, playas bajo el sol de julio. Y la pregunta que es más que una pregunta, es ya algo que tiene más que ver con la metafísica que con la realidad: ¿por qué somos así? Puede que sea la abundancia de todo, está escrito en los primeros libros de España, la exageración que resultó ser verdadera, ¡tenemos tanto de todo!

Vamos en la embarcación de Javier, se conoce el camino de memoria y nos regala una vuelta por la cercanía de Urrutia, en la orilla de enfrente, en el lado cañaílla de las dos partes en que, con Chiclana, se divide este mundo. Recuerdo a Luis Berenguer por estos andurriales a donde llegaban las tórtolas en abril, desde África. ¡Es la mañana tan dulce, es la luz tan dulce y la brisa tan agradable! Hace tiempo que no vuelvo por el lugar de las cenizas lanzadas, el fondo del mar de museo repleto de ánforas, desconocidos bronces, pecios, las rocas abundantes que lo rodean; mi corazón está sonando como una sonata de Beethoven, el agua tiene el color del agua limpia del mar de toda la vida y la lancha deja una estela blanca cuando enfilamos la salida del caño hacia el islote, la fortificación, el tesoro al alcance de la mano que es el castillo de Sancti-Petri.

Es a la vuelta cuando nos duele el espectáculo de la desolación del islote, cuando el puertecito que hicieron no hace mucho se queda vacío y podía estar lleno de embarcaciones que estuvieran esperando para desembarcar a decenas y decenas que van a visitar el museo de interpretación del castillo, la confortable cafetería-bar, el restaurante, la ruta guiada, las tiendas que ofrecen los recuerdos, las reproducciones de las joyas del museo, todo un universo de encantos para verlo y contarlo a todos, con tal entusiasmo que vengan por lo menos una vez al castillo de Sancti-Petri, la fortificación de San Fernando frente a una de las mejores playas vírgenes del mundo.

Pero no, es un islote yermo, vacío, seco, descuidado, casi dejado de la mano de Dios. Patricia Cavada tiene ahí una asignatura pendiente. Y Diputación, la Junta. Renunciar a esta riqueza y potencial, mantenerla en el abandono… ¿Es eso?

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