LA marcha de Juan Carlos I de España es el resultado del anhelo largamente perseguido por los que quieren volar el régimen del 78. Sin discutir el comportamiento nada ejemplar del ex monarca en aquello que vamos conociendo, el balance de su reinado supera con mucho la expectativa inicial y nos permite disfrutar de unas libertades inéditas hasta ahora. Franco murió en la cama y dejó a D. Juan Carlos al timón del Régimen; éste puso en marcha el mecanismo para desarmarlo y llevarnos a una democracia moderna. Ya me gustaría ver en el Politburó de hoy la generosidad del Búnker de ayer.

La Monarquía Parlamentaria ha tenido la virtud de ser un elemento equilibrador, factor de sosiego entre las dos Españas que muchos insisten en resucitar. Una cantidad ingente de ciudadanos, sin ser monárquicos, se adhirieron sin dificultad a esta forma de Estado, porque es ella la que asegura el equilibrio, la pacífica convivencia en paz. Por eso, los ataques de parte de la coalición de gobierno a Felipe VI en la figura del padre no es más que la primera fase de un proyecto mucho mayor, la demolición de los equilibrios constitucionales.

La parte más asalvajada del gobierno y gran parte de la base socialista que aun creemos moderadas, anhelan una República no al modo americano, alemán o francés; suspiran por su nostálgico referente español, un proyecto político que dejaba a media España fuera de la vida pública. Nadie debe llevarse a engaños, no nos jugamos la forma de Estado, si Monarquía o República, nos jugamos ser ciudadanos o súbditos de una nueva realidad distópica. Si hubiera una consulta sobre la Monarquía ¿podríamos poner en cuestión también el modelo autonómico, la forma de ejercer la representación política o la influencia atroz de los nacionalismos? ¿Y los privilegios de la clase política? Ustedes saben la respuesta.

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