Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez: Carlos Otero en la faz del tiempo

La Semana Santa de Jerez (léase: sus Hermandades de puertas adentro, de vivencia cotidiana durante el resto del año entre el cuarto de la cera y los cajones de los pañuelos de la Virgen, entre la simetría de las cajas de estampitas tamaño cartera de los Sagrados Titulares y la sístole corporativa de un juramento en mañanas de Funciones Principales de Instituto, entre el mobiliario antiguo de trazas palaciegas de la dependencia de secretaría y el reparto de las papeletas de sitio), sí, la Semana Mayor jerezana -la que amalgama generaciones de cofrades- por veces más carece de quienes con todos los honores pudieran catalogarse como clásicos vivientes.

Carece en efecto la Semana Santa de cofrades entrados en años -integrantes del último tramo como metáfora de la inminente cercanía al palio de la presencia celestial de la Madre de Dios- que son historia en carne y hueso de la corporación de sus amores merced a una larga trayectoria de abnegada dedicación y evidente buen hacer. Héroes de arrugas esculpidas en la faz de toda una biografía larga como un horizonte en lontananza. Biografía sucesiva como la rima de un romance de llanto y varal de Antonio Rodríguez Buzón. Biografía diáfana como el reflejo de oro de ley de las potencias de un crucificado en los hondones de una promesa ajena. Biografía confesional como la anchura de las tablas de Villamarta a partir de la hora del ángelus en Domingo del Pregón.

Sí: las corporaciones quedan cuasi vacías de estos prohombres de nuestras gloriosas tradiciones cofradieras. Y esto por dos crudas razones. La primera: porque la hoz del tiempo va segando la vida finita de todo ser humano -tempus fugit: en polvo te convertirás-. El calendario es impecable e implacable con nuestra propia naturaleza. Así lo extraemos del lamento explicitado por el autor anónimo de la 'Epístola moral a Fabio': "¿Qué es nuestra vida más que un breve día/ do apenas sale el sol cuando se pierde/ en las tinieblas de la noche fría?". ¡Cuánto saben los cofrades de la dimensión no siempre mundana del celebérrimo poema manriqueño dedicado a la muerte del maestre don Rodrigo: "Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir"!

Y segunda: porque si por el contrario la salud va respetando la entereza física -las canas- del septuagenario u octogenario que es peso pesado de su cofradía, ya se irán encargando algunos noveleros bravucones de nueva hornada y reciente ingreso en la Hermandad de apartar o arrinconar o puentear o desplazar o cuasi expulsar del seno de las corporaciones a aquellos veteranos excelsos que dieron vida, alma y corazón por la institución y sin embargo ahora, por la ventolera de cuatro farrucos, anda este venerable senado fuera de órbita muy a su pesar y en contra de sus mismas voluntades.

A Dios gracias tal circunstancia no ha sucedido con el por todos queridísimo Carlos Otero, un hombre bueno en el sentido machadiano del término. A Carlos la longevidad le ha dado la mano para que todo le rodase sobre ruedas incluso cuando no tuvo más remedio que sentarse para los restos en una silla de ídem. Y además siempre ha sido respetado y bienhadado en sus Hermandades. El tiempo -¡tan indómito!- y las personas -¡tan impredecibles de vez en cuando!- dieron a Carlos el sitio que sin duda supo ganarse con honestidad, fiabilidad y afabilidad. Hace unos días Carlos se ha reencontrado con su incondicional amigo Manuel Guerrero Ramos ¡Menudo abrazo le ha brindado Manolito el del Casino! Ambos siguen siendo, por descontado, allí en el Reino de las estancias celestes, los vestidores oficiales del Mejor de los Nacidos y de su Soberana Madre que es Reina de los Cielos y Esperanza nuestra. Ahora es la Virgen la que sonríe y habla a Carlos Otero mientras éste hace filigranas de amor con una toquilla perfumada de eternidad…

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