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JEREZ ÍNTIMO

Marco A. Velo

Jerez: Rocío, Sibajas, Paco, Piñero y Martín

Alfa: Aporreo el teclado de la tablet en esta mañana de domingo 31 de mayo -donde el cuajo del tiempo se tornó temporal en un repente-. Los estados del WhatsApp se pueblan de fotografías de la Blanca Paloma. El círculo de lo no vivido se cierra -inexorable- alrededor de mí. Jamás he pisado las arenas del Camino.

Nunca me he fajado la prestancia emocional del peregrino asido a la carreta del Simpecado de la Hermandad de Jerez. No anduve Coto a través. No he experimentado -aún- ese calambre de las tripas devocionales que sí han sentido y presentido rocieros de raigambre como Genaro Benítez, Javier Escobar, Paco Barra o su hija María José –¡gran nazarena de blanco!-. 

Para mí tengo que Paco podría haber sido un buen Hermano Mayor de la Hermandad del Rocío de Jerez. Hace la de Noé hablé repetidas veces con él sobre este tenor -años en los que compartimos redacción del Boletín de las Cofradías de Jerez al abrigo del Consejo de la Unión de Hermandades presidido por el histórico cofrade de la Coronación de Espinas Manuel Piñero Vázquez-.

¿Hace ya la friolera de treinta años de aquellas reuniones en la sede de calle Sevilla con Manolo Ruiz-Cortina, José Ramón Fernández Lira, el hermano Paco de la Vera-Cruz, Pepe Pérez Raposo, Manolo Piñero, todos ya habitantes sin dolor ni fisuras de esa Gloria de calles con goterones de cera derramada?

¡Cómo avanzan a trote los calendarios de la remembranza!  Al respecto de las conversaciones sobre su idoneidad de presidir la corporación rociera de Jerez, Paco, con finísimo sentido del humor, me alegaba que en efecto reunía dos de los tres requisitos: poseía edad y antigüedad pero le faltaba… el caballo. ¡De ángel!

Cuando estaba en boga, cuando sobrevino el boom, cuando se puso de moda por mero modismo, “ser rociero de toda la vida”, Paco subrayaba -en una concreción de pulcra honestidad- que no se consideraba rociero sino devoto de la Virgen del Rocío. Al hilo de esta afirmación traigo a colación una frase -epilogal- con la que remataba sus artículos periodísticos el recordado Pepe Sibajas Mena: “Para ser buen rociero, primero hay que ser cristiano”.

Paco lo es -cristiano- y por esta noble razón otorga suprema significación a la fenomenología que gravita en derredor de la Madre del Pastorcito Divino. El aserto y el acierto de Pepe Sibajas también podría desplegar sus silábicas variantes. Verbigracia: “Para ser buen rociero, primero hay que ser buena persona”. O sea: redundar en la praxis: todo cristiano, per se, lo es. ¡Puro José Luis Martín Descalzo!  

Durante un desayuno de alba sabatina Genaro Benítez me diseccionó -con el diccionario del Evangelio abierto en su lengua- qué significa saberse peregrino. Me quedé embelesado, como no podía ser menos cuando habla el centro gravitatorio del convencimiento. Saberse -que es fuero interno con objetivación confesional- y no ser -que es exterioridad regulada por los ismos de cada época-.

El peregrino es un misionero de la espiritualidad según los códigos sin moldes de la romería del Rocío En la épica sin fábula de estas semanas de contención que ha propiciado la pandemia del coronavirus, el alfabeto de los jerezanos con sede en el convento de Santo Domingo implora a María Santísima.

El Pentecostés es como una gota de aceite que se extiende. Así lo solicitó san Juan Pablo II. Para ser buen rociero hay que saberse como Joaquín Vallejo. Y como Paco Gómez. Y como Isaac Camacho. Y como la familia Valderas. ¡Fuerza y salud para todos los aquí nombrados: para Barra el primero! Estamos ya a un tiro de piedra del próximo Camino. Entonces sí, de nuevo, el embarque del ganado levantará una polvareda…  

Beta: Jubilosa noticia que se filtra por el telar del papel prensa. Un natalicio fruto del amor entre un hombre y una mujer. Él: Francisco Copano Páez. Ella: Esther Navarro Sánchez. Fecha señalada: el pasado jueves 28 del mes y año en curso. Vino al mundo, con hosanna de sonrisas hasta en las paredes, Martín Copano Navarro.

El reloj marcaba las cinco horas y dieciséis minutos de la tarde. Me consta que Martín será criado en la concordancia de los afectos más tiernos. Más desprendidos. Un recién nacido es el racional latido que requiere este ancho mundo tan plegado y plagado de contradicciones. Un recién nacido es la humanización potencial de una sociedad por veces más deshumanizada. ¡Bienvenido, Martín! ¡Bienvenido seas!   

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