Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

De Jerez 2022 a San Fernando 1950

La obra ‘San Fernando, 1950’ en el escaparate de una de las céntricas librerías de la Isla.

La obra ‘San Fernando, 1950’ en el escaparate de una de las céntricas librerías de la Isla.

En esta anochecida del viernes 16 de diciembre de 2022 juegan a la ruleta rusa los versos no escritos del poeta innominado. La tarde se presumía fría. Como un vuelco del corazón en pasado imperfecto. Queda desfasada, en el ínterin de apenas veinticuatro horas, la referencia a las calores del veranillo del membrillo. El frío ha llegado a traición hace una semana sobre poco más o menos, como la arena mojada que besa la orilla de un desamor ya sepultado de olvido. Ahora toma mando en plaza palabras como aguinaldo, heraldo, espumillón. Los cambios drásticos de estas calendas también nos atañen. La climatología nunca es materia desechable. Ni ajena al misterio de nuestra estabilidad física. Los frioleros -que disfrutamos de todas a todas en la cantinela agosteña- somos ahora gente atrincherada tras el tejido fronterizo de bufandas y gorras de fogoneros antiguos. En este viernes 16 de diciembre la camiseta térmica ya está colocada entre pecho y espalda. Abriga como un pensamiento más próximo al adagio que al aforismo. Nos habíamos acostumbrado a las altas temperaturas de un verano que ha llegado a meter los hocicos en el mes de noviembre. Hay quienes han inaugurado la temporada del mosto con los pies hundidos en la arena de su playa idílica, que es algo así como desvelar una serpiente periodística de verano junto a un otoñal puesto de castañas asadas.

Las zambombas y las mangas cortas han coincidido frente a las mesas bajas de reuniones con sabor a ajo caliente. Parto desde Jerez. Me apresuro, la prisa se apodera de mí -deseo con fruición llegar a la cita antes que después- porque la convocatoria anuncia una hora de comienzo bastante cómoda para el respetable público de San Fernando: las siete de la tarde: no pretendo perder comba ni tampoco sitio en este acto libresco tan del gusto de todos cuantos somos lectores del prohombre de las letras de la Isla: José Carlos Fernández. El académico de San Romualdo -de San Fernando-, San Dionisio -de Jerez- y de las Buenas Letras de Sevilla presenta nueva obra: ‘San Fernando, 1950’. Aventuro que José Carlos congregará en el aforo del Centro de Congresos a su ancha nómina de incondicionales, entre los que por descontado me encuentro. He de llegar pronto porque, como dictara William Shakespeare, mejor tres horas demasiado pronto que un minuto demasiado tarde.

San Fernando ya es Navidad pura: recién inaugurada la Casa de Noel en plena calle Real. Y nacimientos por doquier, entre verjas de iglesias y escaparates altos como la estatura de toda esperanza. La atmósfera me retrotrae a la experiencia preterida de las letras de Dickens. El centro de San Fernando es un microcosmos de agradables sensaciones invernales: lo climatérico enseguida reemplaza el légamo de cualquier atonía. El alumbrado es de un azul silente. Acompañan a José Carlos en la mesa presidencial el periodista Santiago Muñoz, la editora Ana Mayi y la alcaldesa de la ciudad Patricia Cavada –“Jamás esta ciudad podrá agradecerte todo lo que has hecho por ella”, confesó al José Carlos gestor cultural, novelista, dramaturgo y periodista.

‘San Fernando 1950’ es un collage de historias -de intrahistorias- que sustentan, según la columna salomónica de los recuerdos y remembranzas del propio autor, la Historia -¿oficial, oficiosa?- de una localidad que basculaba entonces entre las huertas de la Isla, supersticiones y casas con ‘asombros’, la Velada y la Feria del Carmen y la Sal, el pecado, los tontos “achocados”, el cumplimiento Pascual, las tiendas de ultramarinos y los delirios de grandeza. Aquel San Fernando que sonaba al pito de la constructora, a las pruebas de artillería, al viento en las monteras y a los pregones callejeros. Impagable legado -obsequio- de José Carlos a su San Fernando del alma. Alma sensible. Alma de plata de ley cuya sapiencia ya no quedará devastada por el tiempo porque verba volant, scripta manent… Escritos, sí, que permanecerán compilados en la sagrada inmortalidad de un libro sincero y veraz como la inocencia de un niño en la mágica noche de los Reyes Magos.

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