Me temí lo peor. Cuando los munícipes congregados allí empezaron a pregonar en la Feria Internacional del Turismo los encantos locales, pasé un mal rato. Escuchando cómo se ponían en valor los muchos atractivos que ofrece este marco incomparable, cómo tenemos la suerte de vivir en un enclave privilegiado, que es capaz tanto de producir sinergias como de emprender maridajes, me dije: a ver si entre tanta puesta en valor y tanta sinergia (que son expresiones muy socorridas, porque lo mismo sirven para hablar del turismo que para hablar de construir una central nuclear de ciclo combinado), a ver si en el calentón parlanchín -pensé- se les va a escapar a los representantes de nuestro Ayuntamiento que a Jerez merece la pena venir de visita solo por ver su casco histórico. Pero no lo hicieron. Y menos mal, porque el marco será incomparable, de acuerdo. Sin embargo, lo que hay dentro del marco está que da pena verlo.

Se habló del flamenco y de las motos; de los caballos y sus ferias, que son la envidia del mundo entero; y pasaron de puntillas por la cosa monumental. Afortunadamente fue así, porque si se sufre un mal trago cuando nos visita gente de fuera, es por ese aprieto en el que nos piden que les enseñemos el casco histórico, que les han dicho que es digno de ver, y hay que explicar, para que no se decepcionen. que se preparen para contemplar una combinación entre la arquitectura barroca y la dejadez de las escombreras; entre la gracia andalusí y la cochambre del vertedero; una mezcla, en fin, entre lo divino y lo marrano.

Y es que el centro de Jerez es un verdadero estropicio. Pocas ciudades que no hayan sufrido un terremoto reciente exhiben tantas casas apuntaladas. Aparecen solares donde hubo calles. Muchos cascos de bodega ni se sabe el tiempo que llevan abandonados. Hay baches que hacen pensar en caídas de meteoritos y tenemos cada palacio en ruinas, con sus árboles silvestres asomando por los balcones, que hasta a los fantasmas les daría canguelo habitarlos.

Pero la gente no siempre vivió rodeada de socavones y amenazas de derrumbe. Si el centro ha llegado a este punto de deterioro es como resultado de un urbanismo que se debió de inspirar en las lavadoras: parece como si a Jerez lo hubieran sometido a un programa de centrifugado. Así se poblaron las periferias a medida que se despoblaba la ciudad de siempre, de manera que crecieron barriadas donde antes solo había campo, mientras aparecían descampados donde antes había vivido la gente. El mundo al revés, para entendernos.

Pero hablando de turismo y de ruinas, ¿no sería buen momento para plantear una oferta distinta? A las ciudades sin playa la gente a lo que va es a ver ruinas. Las que ofrece Jerez, sin embargo, a diferencia de otras ruinas como las de Roma, tienen una particularidad: no han necesitado siglos para ofrecer ese aspecto lamentable. No han tenido que sufrir guerras, saqueos ni cataclismos. Solo la dejadez las puso ahí. Un caso insólito.

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