Jerez Íntimo

Marco A. Velo

Si en Jerez de la Frontera...

Si en Jerez de la Frontera, la ciudad de la fragua del Tío Juane, la ciudad a veces esquiva en su rebozo, la ciudad de luna lunera que amamanta de verde limón las anochecidas de la Plazuela, la ciudad del cristal feliz de sus niños correteando por la acera derecha de la ilusión siempre en el verso machadiano de “esos días azules y este sol de infancia”.

La ciudad que a veces parece estar envasada al vacío y en otras ocasiones humea aroma de yerbabuena en los pucheros de lo autóctono. La ciudad de las transversas vías de amistad y de los lobbies enconados, la ciudad que a menudo cae en la usanza de los ‘cronófagos’ escritos y descritos por André Murois en su obra ‘Arte de vivir’. La ciudad de los soniquetes, la ciudad de las dulces contradicciones en su indolencia y en su bravura, la ciudad donde el Verbo se hizo Carne en las manos amarradas de Jesús del Prendimiento.

La ciudad que fue moisés de una Faraona y sonajero del compositor de ‘En carne viva’, la ciudad de grescas y conflictos resueltos en el santiamén de una copa a las doce y doce copas a la una. La ciudad de elegancia inglesa, la ciudad que propició el requiescat in pace de sus bodegas, la ciudad del ni fíes ni porfíes ni cofradíes, la ciudad del “me encanta Jerez” como prodigioso lema de marketing institucional por el que Pedro Pacheco debiera estar cobrando sus emolumentos de registro de marca -¡qué tres palabras para un eslogan turístico de enganche y tronío!-.

La ciudad de la medida justa del nudo de corbata y de la medida injusta de un cainismo reconcentrado que sesga la yugular de quienes despuntan en alguna materia. La ciudad de la majestad en la conservación de sus tradiciones -no confundir tradición con actos repetidos de anteayer a hoy-. La ciudad que en términos generales aún no ha leído ‘1984’ de George Orwell y bien debería hacerlo para comprender en su justa medida la cosificación humana que puede fraguar esta pandemia tan obtusa y tan manufacturada.

La ciudad de libretos de la ópera ‘Carmen’ de Bizet en el hall de un coliseo sin busto de Pemán, la ciudad del verso por bulerías de Manuel Ríos Ruiz, la ciudad del saber estar, la ciudad de Valentín Gavala Calderón y Fermín Bohórquez Escribano. La ciudad del pez espada empanado en el bar Maxi… Si en Jerez de la Frontera, decíamos, tuviéramos que pronunciar dos divinas palabras, dos, ni por asomo nos remitiríamos a la tragedia de aldea de homónimo nombre de Ramón María del Valle-Inclán. ¡Nones!

Si en Jerez de la Frontera -en esta ciudad de reza silente, como un rasgueo de pluma-, nos dieran a elegir dos divinas palabras, éstas serían Esperanza Nuestra. Esperanza que es Madre. Esperanza que es confianza. Esperanza que es Intercesora. Sería, sí, Esperanza Nuestra. Porque nunca hemos renunciado a su Plenitud, porque jamás hemos obviado su Realeza, porque en sus manos de pesebre y expectación se acunan los sintagmas del género humano.

Como sombra del árbol fértil. Como venda de la herida pasajera. Como caricia de lo que ha sido, como anuncio de cuando sobrevendrá. Por el hilo de cobre de la pregunta se abalanza un manto verde que es Ave María. ¿Dos divinas palabras, aquí, en esta bendita tierra? Pregunten por Capuchinos. Pregunten por El Carmen. Pregunten por San Francisco. Pregunten por la capilla de la Yedra. Pregunten por San Benito. Pregunten por San Juan de los Caballeros… Pregunten y sólo el oro de una voz convocará mieles de enjambre. Una voz que sabe de rezos, de vidrieras y de losanges. Una voz unánime que es azúcar de Dogma y sol de cristianismo. ¿O quizá usted no sabe aún que en esta ciudad de Jerez de la Frontera la Madre de Dios también es Esperanza Nuestra?

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