Desde que se inventaron artilugios para la caza y la pesca para la lucha contra la naturaleza, o después llegara la imaginativa etapa de Julio Verne, hasta hoy en día donde es más de lo mismo, observamos cómo en los últimos días, eso de talar árboles se ha convertido en una epidemia en muchas ciudades. Talando árboles acabamos antes con los problemas. Cortando ramas acabamos con la miseria sobrante de la naturaleza. Recortando en medio ambiente, aumentamos el riesgo de resbalarnos con el cambio climático. Por eso, cada vez que un árbol deja de latir, es mucho lo que nos estamos jugando. Menos aire limpio y pobreza de delicadeza ornamental. Pero también un agujero negro difícil de rellenar. Cuando las motos sierras campan por sus anchas es cuando más peligro corremos. Arrasan con todo, destruyen a su paso, cercenan muchas cosas. Físicas y psíquicas. Cuando dejamos que nos asusten con una cadena a toda marcha y con púas afiladas es cuando estamos dejándonos avasallar. Últimamente todo se soluciona a la tremenda y se tiene poco en cuenta tener la capacidad de dialogar y llegar a acuerdos. Por eso en Jerez cada vez hay más troncos cortados. Quien tiene mando sobre los botones de las aserradoras quiere apretarlos cuándo y cómo quiere, sin tener en cuenta los botones de los demás ni la opinión de los propios árboles. Cortar y recortar a destajo. Se recorta en autobuses urbanos, en la temporada lírica del Villamarta, en los turnos de limpieza urbana, en coches de policía local, en bombillas de navidad y en días de Zambomba. No se dan cuenta de que en definitiva se le hace daño al bosque y no al ejemplar de jacaranda. Al bosque animado lleno de gente que debe seguir respirando para las generaciones venideras. Por aquello de que el árbol no deja ver el bosque.

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