Es muy probable que, para el año 2119, Cataluña sea ya otro país, con sus propias fronteras y que, para poder ir, los que estemos vivos, lo hagamos con traductor de catalán en el móvil incrustado a modo de chip cerebral. Para esas fechas las exhumaciones de dictadores u otros personajes no serán necesarias porque los veintiún gramos estarán en la nube. La monarquía será cosa del pasado, y veremos por videoconferencia a una centenaria reina madre Leonor, exiliada en Suiza seguramente, aunque, los guardias suizos del Vaticano serán robots humanoides configurados para la defensa de un museo arqueológico de la cristiandad donde en vez de santo padre, será una mujer la mandamás, miembro de alguna asociación LGTBI. La Luna será el más preciado de los destinos de vacaciones, Marte se habrá convertido en paraíso fiscal de las grandes fortunas del planeta y Júpiter llegará a ser lugar de peregrinación atómica de androides en busca de la verdad al estilo de los libros de ciencia ficción o quizás el planeta coto de caza ahora que se pone de moda. Los aviones, ya serán naves interestelares con motores híbridos y con drones súper especializados en vez de pilotos, con lo que los viajes astrales serían el paradigma de ofertas aeronavieras, arrinconando las cercanías entre ciudades europeas a paseos para relajarse antes de acostarse en las cabinas de tres metros cuadrados donde nos enchufaremos para recargar pilas para el día siguiente. Los alimentos estarán comprimidos en cajas de una cada ocho horas y el agua nos la inyectarán a cuentagotas en las estaciones de servicio para evitar la deshidratación. Los críos no tendrán que ver nada con las cigüeñas, sino que se fabricarán in vitro sin listeriosis y con tarjeta de crédito. En Jerez, por su parte, seguirán enfrascados sobre la conveniencia del adoquinado en las calles del centro.

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