La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
JEREZ ÍNTIMO
En una pandemia confluyen tres agentes actuantes: el virus maligno -ese intruso invisible e indivisible que campa a sus anchas metiendo las narices en camisa de once varas-, los gobernantes incapacitados para gestionar la crisis -y cuya ineficacia a menudo sólo sirve para arrimar tarde y mal la jeta al afán de notoriedad- y los ángeles… sin alas. No ángeles caídos. No ángeles rotos. No ángeles de porcelana ni ángeles de cartón piedra. No ángeles tallados en madera sobre la voluta de lo barroco ni ángeles atenuantes de flatus vocis. No.
Aludo a los ángeles anónimos de carne y hueso que también son héroes… sin capa. Usted, apreciado lector, sabe dónde hallarlos. Porque, a mayor abundamiento, han pasado, en un santiamén, de héroes innominados y preteridos por el Sistema a superhéroes indistintamente minusvalorados por las altas instancias pero no ya por el sentido común y la entereza moral de los españoles de bien.
España ya cuenta con superhéroes a todas luces identificados. Superhéroes que, de nacer en otras calendas, hubiesen figurado en el verso de García Lorca, en la metáfora de Gerardo Diego, en la lírica periodística de César González-Ruano, en la sagacidad literaria de Vázquez Montalbán, en la pirueta estilística de Gómez de la Serna. Son nuestros superhéroes de aquí y ahora. Sí.
Son los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Son los santos sin altar del sector sanitario. Son los jabatos que ejercen el ora et labora en los supermercados. Son las monjitas a Dios rogando y con el mazo de la fabricación a destajo y a contrarreloj de las mascarillas dando. Son las destilarías echando deshoras a la quinta marcha. Es Juan Roig. Es Amancio Ortega y su impactante cantidad de millones de euros invertidos en material que escasea según el apremio de los hospitales.
Es Ana Botín y no el botín económico que -calentito en la billetera- se rebañan los discípulos de Alí Baba dispersos por entre esa cueva demagógica que definen bajo el epígrafe azucarado de “progresía”. Superhéroes son los hijos de la piel del toro y descendientes del Cid Campeador -léase: la sociedad española- que estoicamente aguantan confinados en casa.
He tenido la fortuna de poder entrevistar para Diario de Jerez a un representante de nuestros héroes con créditos de tales. Es agente de la Policía Local de esta ciudad de Jerez de la Frontera. No gusta de figurar en cartelerías de ninguna autocomplacencia. De ningún proselitismo. De ningún figureteo. Quien use el cultivo de la solidaridad en aras de la promoción personal confunde la orografía con las cuatro témporas. No así jamás de los jamases quien nos ocupa.
Responde al nombre y apellidos de Adolfo Biedma Gago. Pasea por las antípodas de cualquier enaltecimiento del yo. Su entrevista la disfrutó ayer domingo el lector en la edición impresa de este periódico y hoy asimismo en la edición digital. Acuda sin mayor dilación a su recaudo. No tiene desperdicio. No por la torpeza del entrevistador sino por la brillante humanidad del entrevistado. Adolfo es la humanización de la orteguiana máxima del hombre y su circunstancia. Desprende una vocación de servicio digna de los mejores encomios.
Adolfo además es cofrade: en la actualidad desempeña el cargo de Teniente Hermano Mayor de las Tres Caídas, corporación nazarena por la que se bebe los vientos. Adolfo se deshace en elogios cuando aborda la permanente labor solidaria que desarrolla la Hermandad desde la plataforma Acción Cofrade Patricia Bazán Luna. A la que se ha unido la iniciativa ‘Costaleros por nuestros mayores’ con motivo de esta crisis que tanto fustiga a quienes engrosan el último tramo de manos arrugadas de la tercera edad. A decir verdad las Hermandades -inasibles al desaliento- no cesan en barras a la hora de entregarse a la causa. Subrayemos, entre otras, las acciones solidarias de la Coronación –‘Mascarillas de Paz’-, la Buena Muerte, las Cinco Llagas, la Lanzada, el Resucitado, la Yedra o el Perdón.
Adolfo Biedma ha liderado además una recaudación entre sus compañeros de la Policía Local. A favor, por ejemplo, de Santa Rita. La respuesta ha sido punto menos que abrumadora: más de 1.500 kilos de alimentos con destino a los más desfavorecidos. La generosidad es un tiento con gramática de prontitud. Con el soniquete de la discreción. Y es que, en Adolfo, la ayuda al prójimo se autodefine con la misma frase que, en ‘El libro de la selva’, silbaba la serpiente amiga de Mowgli: “Tú y yo tenemos la misma sangre”.
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