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Rafael Padilla

Joan, 'president'

UNO, raro para casi todo, amén de bético enfermizo, ha sido desde siempre un español del Barcelona. Fue el equipo que mejor fútbol hacía en mi juventud y el que se ganó desde entonces mis preferencias. Vaya en mi descargo que nunca me resultó cómodo. En el lote entraron, por si no tenía bastante con los blanquiverdes, más disgustos que alegrías. He procurado, además, mantener mi afición inmune a las mamarrachadas extradeportivas que permanentemente han empequeñecido la imagen de un club grande como pocos.

Pero todo tiene un límite. Cuando Juan Lapuerta -un hallazgo, reconozcámoslo, la traducción del simpatiquísimo Del Nido- se descuelga afirmando en El Mundo que la entidad que dirige "representa una forma de pensar y de vivir" y que porta "la épica más emocionante de la historia", "la que guía a los pueblos sometidos hacia la libertad", a quien suscribe no le queda más remedio que sentirse estúpido colaborador, al menos indirecto, de una payasada monumental, de la expresión más genuina de hasta dónde puede llegar esa locura hipernacionalista que sueña soberanías a golpe de regates mágicos y balones a la escuadra. Si dos copas ya achispan, a tal Laporta seis le han dejado francamente estropeado. Dice cosas tremendas, comprensibles sólo en aquella fase de la borrachera en la que asoman los inevitables cantos regionales. Excelsas, por ejemplo, sus reflexiones sobre si lo que Cataluña necesita -a ambos "sacrificios" parece dispuesto- es un mártir o un líder. Impoluta también la chulería tabernaria, de vino largo y madrugada profunda, con la que desafía al mismísimo Tribunal Constitucional, exigiéndole que ni se atreva a tocar una coma de lo aprobado -a tales horas la exageración es casi disculpable- por "el pueblo catalán".

Joan se cree con fuerzas para liderar el éxodo, se piensa capaz de aunar la voluntad de un millón de corazones encadenados y azulgranas "a los que daría la libertad" y aspira a revolucionar el mapa político de Cataluña y del universo, que para el caso y para él, son aproximadamente el mismo. ¿Y saben lo peor? Que puede que no le falte razón, que majaderías más grandes se han visto y que cuando el esperpento se extrema, hasta los bufones tienen a su alcance el trono. La rápida y airada reacción de la clase política profesional catalana, con Joan Ridao a la cabeza, demuestra que Laporta no va de farol, que asusta su populismo y que más pronto que tarde -hay bobadas que las carga el diablo- hay que empezar a triturar al amateur.

Demasiado para mí. Adoro a Messi, adoptaría a Iniesta, me chifla la genialidad geométrica de Xavi. Pero de ahí a colaborar con mi pasión, mi fervor y mi aplauso al encumbramiento del Moisés de Las Ramblas hay un paso que, aun a riesgo de recluirme en la tan cacareada "caverna españolista", desde luego no estoy dispuesto a dar.

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