Una conversación que últimamente se repite es la de padres de hijos adolescentes que se preocupan por la pasión política de sus retoños. Como esos padres son mucho más jóvenes que yo, no recuerdan la politización que vivimos los nacidos en los 60. Nos cogió el tiempo (era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también la de la locura; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación) de la Transición. La vivimos intensamente.

Estábamos al tanto de las noticias y leíamos libros de historia para entender qué pasó e incluso alguno de teoría política. Yo tuve un profesor muy crítico con mis ideas pero que me retaba a defenderlas, y que me hizo pensar con intensidad para tratar de mantenerle el tipo. El compromiso político, según los clásicos griegos, es una característica esencial del ciudadano libre, y nosotros lo teníamos; y lo que se aprende de niño es ya lengua materna.

Con esa experiencia, pero sin hablar de mí en concreto -no vayan a asustarse-, les aseguro que sería mejor que se alegrasen por sus niños, incluso si los ven muy apasionados. Ya les rebajarán un punto o dos las decepciones irremediables, pero esa pasión inicial es necesaria para iniciarse, informarse y estudiar.

Corre la falsedad de que para ser tolerante no hay que tener certezas o, al menos, defenderlas a medias. Prefiero otro método: tener aficiones y vocaciones muy diversas, de modo que, cuando no puedas congeniar con alguien por unas razones, siempre tengas otras con las que sentir empatía. Habrá amigos con los que compartas la visión política, pero no la fe o la vecindad o el forofismo deportivo ni la locura literaria. O al revés, en todas las combinaciones posibles. Eso permite la verdadera tolerancia de llevarte bien con quien no piensa exactamente en todo como tú, y no la falsa de ser una ameba fluyendo al albur de las opiniones mayoritarias.

Si un hijo sólo tiene interés partidista, me preocuparía, entonces sí, incluso aunque fuese políticamente afín; pero lo mismo que si estuviese obsesionado únicamente con su equipo de fútbol o con los videojuegos o con las películas mangas. Si su viva pasión política contribuye a aumentar la variedad de sus intereses, bienvenida sea. España, en los años venideros, va a necesitar mucho a muchos ciudadanos jóvenes con ánimos y vocación política, para hacer frente a los retos que se nos vienen encima.

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