Las élites políticas de la transición creyeron de buena fe que haciendo concesiones a los nacionalistas quedarían contentados en sus viejas reivindicaciones. Aquellos agrandarían su influencia territorial con más presencia regional y éstos, a cambio de que se les permitiera en solitario ejercer el poder en su terruño, quedarían satisfechos. La primera se cumplió, pues el aparato político y administrativo se multiplicó por 17, pero la segunda no, pues como ya avanzó Julián Marías, "no se puede contentar a quien no se quiere contentar"; los herederos del cobarde Companys no iban a parar, y mira si no han parado. Echarle la culpa a Sánchez o a Rajoy del separatismo es iluso; ya Suárez con el café para todos, González o un Aznar que hablaba catalán en la intimidad, alimentaron a la bestia. Se les rieron las gracias cuando se autoproclamaron nación- "el nacionalismo de las no naciones" es el colmo de la estupidez-, el Estado abandonó Cataluña y se les entregó los medios y la maldita escuela. Los niñatos de Urquinaona o Vía Laiteana que traen de cabeza a la policía merecen algo más que un bote de humo o unas pelotas de goma: un reseteo en toda regla, una desintoxicación de odio a lo español a base de 155 en vena pasando si es preciso por el 116, sin anestesia, con gotero día y noche, y no un 155 exprés con elecciones a un mes vista sin quitarles los resortes del poder. Sí es responsable Sánchez, como lo fue Rajoy, de rajarse en nombre de la proporcionalidad, de negarse a preservar el orden constitucional si fuera necesario- que lo es- con toda la fuerza que tiene el Estado. Toda es toda. Hace dos años, Juan Español se despertó en forma de bandera en los balcones. Fue un despertar dulce, patriótico; no nos confiemos, si el Gobierno no actúa con contundencia y justicia, tendrá un mal despertar; otro dos de mayo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios