Mi sueño de pequeño fue el de contar historias, relatos o sucesos que despertaran la curiosidad de los que me rodeaban, pero el destino tuvo otros planes para mis huellas.

Vivido el tiempo, pude acariciar esa quimera infantil con un micrófono en la mano y una cámara delante de mis miedos, pero aquellos días ya pasaron al olvido y mi maestro se salió con la suya cuando le confesó a sus adeptos aquello de "el Alberto no sirve para esto…".

Pero para saldar esa deuda que tenía conmigo mismo me quedaba el escribir negro sobre blanco, con la única y reparadora intención de apaciguar mi mirada.

Y así, juntando palabras he dicho lo que he pensado política, social y moralmente, firmando mis pensamientos y mis rabias con nombre y apellidos, y dejando claro dónde y cómo pueden encontrarme.

Y así, he tenido la suerte de desnudar mi alma ante la Amargura, las Angustias o la Macarena…, sin tener ni padrino ni mentor, y he sido tremendamente feliz tallando esos suspiros, aunque ahora me vendrá bien guardar silencio un par de primaveras y regresar a ese mundo cuando Dios quiera que descorra de nuevo esa puerta.

Y así, deshojando mis acentos y mis tildes, he llorado, reído y he pedido disculpas; he contado fragmentos de mi novela, declarado mi amor a Cádiz y he gritado que soy de barrio, que sólo soy un maestro escuela, y que sólo se juntar letras.

Letras que seguiré juntando porque no se hacer otra cosa con mis dedos, y porque tengo que trazar un horizonte de esperanza y enseñanzas para el latido que en breves semanas voy a acunar entre mis brazos.

Y es que, cuando creía que el tarro de los pulsos se estaba agotando, él me ha dado motivos para seguir desplumando mi pluma.

Querido Jesús, acelera tu llegada, que tengo muchas historias que escribirte…

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