La cornucopia

Gonzalo Figueroa

Justicia chusca

COMO viejo jurista, mi deformación profesional me hace vivir en permanente seguimiento de lo que ocurre con, por o a causa de la justicia. El asunto tiene importancia, porque la abogacía y la magistratura sufren un velado desprestigio que justifica su defensa, ante el grave riesgo de generalización.

Para confirmar la universal mala fama del oficio, vuelvo a aludir al jurista y político francés Roland Dumas, que inicia su libro titulado Les Avocats (1977), citando a Victor Hugo, que en Cosas vistas (1847) contaba que un campesino que litigaba se dirigió al tribunal diciendo: "Señor Presidente, como vengo dispuesto a decir nada más que la verdad, no he contratado a ningún abogado".

Como he contado alguna vez aquí, en el Chile de mi juventud, el catedrático de Derecho Procesal nos comentaba que, a pesar de la buena nota general asignada a la justicia nacional, ciertos jueces la desacreditaban. Y citaba a uno que afirmaba: "Yo estoy aquí para ayudar a los amigos; liquidar a los enemigos y… hacer justicia a los demás". De otro con fama de venal y sobornable, nos relataba como un letrado audaz le presentó un escrito encabezado así: "En lo principal, la petición que indica; al otrosí, acompaña documentos". Y materializando lo anunciado, en la primera parte detallaba lo que pedía que se le concediera, y en la segunda, los tales documentos eran varios billetes de curso legal. Entonces el juez de marras dictó la siguiente resolución: "A lo principal, no ha lugar por ahora; al otrosí, acompañe más documentos".

Tampoco la España actual escapa ilesa de los jueces pecadores. En El País, (30.9.10) se informa que el titular de un tribunal madrileño ha sido suspendido indefinidamente por el Consejo, primero: por sus "escandalosos retrasos" en 238 juicios ya celebrados, en los cuales Su Señoría aún no había dictado sentencia, lo que obligará a repetirlos uno a uno ante otro juez o varios; segundo: ya había sido sancionado con multas por "incumplir sistemáticamente su horario"; tercero: además, el tal juzgador maltrataba a sus funcionarios con gritos y manotazos en la mesa, llamándolos "feo", "gordo" o "calvo", pero, eso sí, forzándolos a tratarle de "Señoría Ilustrísima".

Afortunadamente, los aquí citados son casos aislados que no alteran un bello principio muy alentador que extraigo del mismo Roland Dumas: "El valor de una civilización que garantiza las libertades, se mide en gran parte por la publicidad de los debates y resoluciones judiciales"

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