HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Juventud mental

NO hará falta emplear muchas palabras para hacer ver una verdad a los discretos: la democracia real no existe ni puede existir, a menos que llamemos así a un régimen no democrático. La única democracia real es la democracia a secas. Los 'indignados' parecen pedir fuero para saltarse las normas, tomar la calle y que seamos los demás quienes nos adaptemos a las incomodidades y les riamos la gracia. Esto sería, si los manipulan bien, el principio de una revolución. El tiempo de las revoluciones pasó como sombra y sueño y quedará en revuelta, pero las palabras con prestigio político continúan usándose sin contenido. Así, se autoproclaman revolucionarios regímenes tan impresentables e inhabitables como los de Irán y Cuba. Un revolucionario español hoy es alguien para quien la fealdad y el descenso cultural y moral van demasiado lentos. Los muchachos del M 15 se sienten cómodos en la masa, cuando deberían avergonzarse, porque la repugnancia a las muchedumbres sólo se vence cuando se reúnen por motivos religiosos, no por motivos políticos ni para ser adulada.

La juventud debe ser adulada para seducirla en su momento mejor de lozanía, que dura una primavera y varía de una persona a otra, pero no creer en que pueda tener ideas brillantes. Un joven, verdaderamente joven, sin calificativo y no disfrazado de tal, no tiene edad para ideas brillantes en casi nada: para torear, nadar, correr, patinar y cosas por el estilo, para las que no hacen falta ideas especiales sino técnicas, aunque el talento ayuda en el aprendizaje de todo. La juventud es joven, nada más, y ni la juventud ni la vejez son garantías mentales. De tarde en tarde aparece un buen poeta menor de 20 años, pero no es lo más corriente. La moda imperante del feísmo y el sistema educativo han dañado miserablemente a los jóvenes, y pasará esta generación, y quizás otra, sin ser restaurados por el influjo benéfico de una generación venidera y regenerada.

El movimiento del Mayo español es de poca consistencia, menos aún que la del francés, que ya tuvo poca, pero es minoría vociferante, violenta en potencia, y las alharacas atraen a los nostálgicos de la política de hace un siglo. No ofrecen novedad y sin ella no hay revolución, ni siquiera revuelta, digna de tal nombre. Las revoluciones la hicieron siempre la nobleza, la burguesía o los artesanos, según el momento, pero en el siglo XX las novedades políticas, no siempre para bien, han estado en manos de las clases medias. La juventud y el pueblo nunca trajeron novedades sino novelerías, porque son ambos menores de edad mental, incapaces de crear nada sólido por sí solos. Se les ha utilizado como número para fines que desconocían y fueron desengañados pronto. Es de esperar que el cansancio agote a los indignados, envejezcan de desilusión y entren en la melancolía que deja la juventud cuando se va para no volver.

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