EL nombre de Lampedusa se dio a conocer gracias a Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa, autor del libro El gatopardo. La fama le vendría cuando Luchinno Visconti rodó la película del mismo nombre, protagonizada por Burt Lancaster y Claudia Cardinale. Su proximidad a las costas norteafricanas ha hecho hoy de Lampedusa un foco de atracción mediática por motivos diferentes a los de antaño. Esta pequeña isla, más cercana a la costa africana que a territorio europeo, se ha convertido en puerta de entrada de la emigración a la UE, con lo que ello supone de anhelo para unos y de rechazo para otros. Y en medio de esta lucha secular, siempre, antes o después, surge la tragedia. Una barcaza con más de 500 inmigrantes a bordo ardió el pasado jueves en aguas del Mediterráneo. Las cifras no pueden resultar más espeluznantes: 200 muertos y más de 150 desaparecidos.

En octubre de 2003 una patera, que había zarpado de las costas de Tánger, arribó a la Bahía de Cádiz. En las playas de Rota depositó su brutal cargamento de muerte: 37 inmigrantes fallecidos. Las fotos de aquel naufragio mostraron una crueldad que hasta entonces jamás habíamos visto. Recuerdo, incluso, que algún medio nacional censuró, por su tremenda dureza, las imágenes de los cadáveres en la orilla de la playa. Conservo aún fotografías y vídeos, realizados por un periodista amigo, como simbólica ofrenda a la insensatez humana.

Diez años después la tragedia de Lampedusa deja pequeña a la acaecida en Rota. Diez años después miles de personas siguen lanzándose cada día al mar, en condiciones infrahumanas, dejándose guiar por la esperanza de alcanzar una vida mejor. Diez años después las autoridades europeas solo piensan en medidas policiales para atajar un problema, básicamente, de desarrollo humano. Diez años después se siguen blindando las fronteras con rejas, sistemas de vigilancia..., y las migraciones persisten porque la raíz del problema sigue intacta: pobreza, hambre, necesidad, desempleo. Diez años después esta situación se ha agravado por el fracaso de la "primavera árabe", que ha traído, ante la incapacidad política de la UE, un descontrol generalizado en países como Libia, Túnez o el mismo Egipto, que han multiplicado el número de sus inmigrantes o que sirven, en un pingüe negocio, como ha sido el caso de Lampedusa, de puentes y lanzaderas para emigrantes venidos de otros países.

Las denuncias están ahí: "Venga aquí a contar los muertos conmigo", le decía la alcaldesa de Lampedusa al primer ministro italiano. La hipocresía, también: el estado italiano ha concedido la nacionalidad a los muertos; los supervivientes, sin embargo, pueden ser multados y expulsados del país. Como en la película de Visconti, todo es una farsa: Don Fabrizio, príncipe de Salina, recibe la visita de su sobrino, el conde de Falconeri, para comunicarle que se unirá a las tropas rebeldes de Garibaldi. Con cara de sorpresa, el tío le pregunta por las razones de su decisión. "Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie".

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