George Orwell explica las ventajas que tiene el escritor que cree y vive en un sistema fuerte y estable de principios y creencias. El escritor partidista, en cambio, tiene que alterar a menudo su opinión, para seguir sincronizadamente la mudable de sus líderes. Estar radicalmente en contra de la OTAN, por ejemplo, hasta que Felipe González decidió que nos quedábamos. Orwell pone otro caso más fuerte: los intelectuales comunistas de toda Europa que defendían a muerte al nazismo con el que Stalin se había aliado y que, tras las noticias de las ocho de la tarde del 22 de junio de 1941, empezaron a decir que el socio de ayer era el demonio de siempre. Aquí estamos viendo reacciones muy diferentes con el coronavirus a las que se tuvieron frente el ébola. Según Orwell, tal correveidile ideológico no permite escribir nada bueno.

Hay otra ventaja de la estabilidad intelectual que él no señala. El escritor que ha dejado claro dónde está, puede distraerse porque sus lectores saben qué defiende siempre. El que cambia como una veleta necesita señalar todo el tiempo hacia donde gira. Cuanto más hondos sean tus cimientos, más superficial puedes aparecer.

Sólo eso excusa que yo me permita escribir mi enésima oda a la lluvia, y lo que te rondaré, mojada, o una escena costumbrista del confinamiento, como ayer. Sé de sobra que ustedes saben bien que, por supuesto, lloro y rezo por los difuntos y enfermos y que soy partidario, además, de la máxima exigencia a los responsables [sic] políticos, y que me espanta que hayan estado distraídos jugando a El ala oeste de la Casa Blanca o a House of Cards con los pactos y ansias de poder en vez de prevenir nada de nada. Mis lectores detectan enseguida qué otros artículos y análisis dicen mejor lo que yo, que no sé nada de Medicina y que me enfado muy mal, diría. Ayer, sin ir más lejos, lo más importante mío lo decían aquí, a mi vera, y con qué fuerza Sánchez Saus (que pedía la dimisión de Sánchez) y José Joaquín León (que explicaba el desastre).

Leo el Diario y los otros periódicos con el alivio del que ve que el trabajo en equipo funciona. Lo que nos sucede nos sobrepasa -la realidad acostumbra a hacerlo, pero ahora más- por lo humano, por lo sanitario, por lo político, por lo económico… Necesitamos abrirnos en abanico -todos los que valoramos la verdad y la responsabilidad- para hacernos cargo. Hay, pues, que leer a otros, a los mejores.

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