Leer a los niños

Hay más, pero un motivo muy serio para tener hijos es poder leerles por las noches.

Desde bebés leía a mis hijos antes de dormir. No sabían hablar, pero me iba a su cuarto, si estaban llorando, que era lo habitual, con el libro que en esos momentos llevase entre manos, fuese Breviario de la podredumbre o Los hermanos Karamazov, y leía y leía. Les bastaba el arrullo de la voz para callarse ipso facto y para dormirse a medio plazo.

Para mí era un sueño. Su cuarto era una habitación inmune al móvil y a las redes sociales; y, además, yo gozaba de una inédita sensación de estar cumpliendo por fin mis deberes familiares… mientras seguía dándome a mis placeres sin interrupción. Descubrí que leer en voz alta recupera el ritmo que quiso el autor y una atención de ida y vuelta, de los ojos y los oídos. En las profundidades abisales del subconsciente de las criaturas deben quedar pecios asombrosos.

Pero ha pasado el tiempo y ahora les leo libros que siguen con una vigilia meticulosa. Tienen edad (nueve y ocho años) para leer por su cuenta y riesgo y a veces lo hacen, pero este rito de la lectura en común es sagrado. Antaño, cuando salíamos, o ahora si una noche tengo demasiado trabajo, me lo apuntan y al día siguiente les debo dos capítulos.

Me pliego porque pienso que dominar la habilidad mecánica de la lectura es muy importante, sí, pero la literatura es otra cosa. Ésta: estar intrigados con las historias, siguiendo pistas, descubriendo la gracia de una expresión, preguntando qué significa tal palabra, cuestionándose con enorme exigencia la resolución de un giro argumental o comentando la complejidad psicológica de un personaje. Ahora estamos leyendo las aventuras de Tartarín de Tarascón, de Alfonso Daudet, y empezaron perplejos de lo políticamente incorrecto que era todo. "Es de finales del siglo XIX", les expliqué, y ya se ríen, irónicos, desafiantes. Esperemos que ni los móviles ni el CNI estén grabando nuestras carcajadas.

No soy un padre abnegado, sino el primero que egoístamente está deseando que llegue el momento de leerles. Vanidoso, me encanta llevar la voz cantante o leyente y ver en la oscuridad tres pares de ojos muy abiertos y brillantes (porque mi mujer también asiste) tan pendientes de mis palabras (y de las morcillas que meto). Poder leerles por las noches es una razón muy seria para tener hijos (otra).

Por un rato desconecto por completo de la actualidad política, como aquí queda demostrado. A estas alturas, sólo eso ya es un privilegio.

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