La tribuna

José Luis Rodriguez del Corral

Lengua y género

EL lenguaje es un organismo tan complejo como el clima y fácilmente puede imaginarse como una atmósfera que nos rodea y en la que respiramos oyendo y pronunciando palabras. Al igual que el aire es algo viciado, impuro, sucio de ir de boca en boca tal las monedas van de mano en mano. Tiene su propia dinámica, sus leyes, unas conocidas y otras no. Es la única propiedad auténticamente común, que es de todos y no es de nadie en particular, que carece de dueño, ni siquiera la Real Academia. Por eso darle órdenes es tan difícil como pretender que llueva cuando no hay nubes.

Las políticas llamadas de género, en traducción del inglés porque llamarlas políticas de sexo induciría a equívocos no deseados, quieren imponer, en nombre de la corrección política, que se nombre siempre a ambos sexos cuando se habla en general: el "vascos y vascas" de Ibarretxe quizás sea el ejemplo más conocido. El caso es que sexos hay dos, dicho grosso modo por otra parte, pero géneros, al menos en nuestro idioma, hay tres: masculino, femenino y neutro.

En la práctica, de continuar por este camino lo que lograríamos sería eliminar de nuestro vocabulario el género neutro. El empeño en igualar las diferencias nos llevaría a prescindir del modo de nombrar donde ya están igualadas. Cada vez que quisiéramos decir "ciudadanos" tendríamos que añadir inmediatamente "ciudadanas". Ya no podríamos hablar de los padres de un niño sin desglosarlos en padre y madre. Diríamos lo mismo pero con más trabajo y feas redundancias, y en lugar de favorecer espacios "neutros" donde el sexo no importe, padeceríamos una rígida separación entre unos y otras. Palabras como "todos" o "nosotros" perderían su sentido y no quedaría ninguna que pudiera englobarnos como un conjunto. Con lo que nos encontraríamos más segregados que nunca.

Por supuesto podría argumentarse que es injusto que las denominaciones neutras tengan terminaciones masculinas; no me detendré a examinar esa concepción de la justicia tan abstracta, pero pretender impugnar el patriarcado basándose en poner la "a" dónde antes poníamos la "o" me parece una solemne tontería. Intentar que las cosas cambien porque varíe la manera de referirnos a ellas es proceder por magia, como los brujos. Los usos lingüísticos están permeados por la historia, pero el idioma está lejos de ser algo estático, tiene la inercia del más viejo de los hombres y es travieso como el más alocado de los niños. Valga de muestra que a muchos gobernantes y a todos los puritanos que ha habido en el mundo les hubiera gustado acabar con los chistes, pero ninguno ha podido.

A este rango de ideas, tanto por el chiste como por la justicia de género, pertenece una audaz iniciativa del Ayuntamiento de Córdoba, que recientemente ha elevado la paridad entre los sexos al nomenclátor callejero. En adelante, cuando se trate de nombres propios, por cada uno masculino que se le imponga a una calle cordobesa habrá que poner otro femenino, de manera que queden mitad y mitad. Ignoro si esta medida va a extenderse a los nombres comunes y habrá una Camelia por cada Lirio, una Tórtola por cada Águila, pero no me cabe duda de que el campo de las denominaciones es el más absurdo para la acción pública, y precisamente ése, el del absurdo, es el auténtico género de tantas de estas políticas bienintencionadas que al final se resuelven en tejemanejes burocráticos.

El clima, pues, es imprevisible, pero tiene leyes conocidas, si queremos que llueva podemos sacar una Virgen o plantar árboles; lo segundo es más lento, pero algo más efectivo. No hay en el transcurso histórico borrón y cuenta nueva, y en el del lenguaje mucho menos. Ya quiso la Revolución Francesa trocar por décadas de diez días la semana de siete, de acuerdo al sistema decimal, y cambió los nombres de los meses del año por aquellos poéticos Fructuoso, Ventoso, etcétera. Todo fue inútil. Como inútiles serán los intentos de coartar la espontaneidad de los hablantes que, al cabo, dirán lo que les parezca, y menos mal. Las imposiciones en esta materia tienen las patas muy cortas, como la mentira.

Lo que debemos hacer para conseguir una mayor equidad entre mujeres y hombres es reforzar el género neutro y portarnos como personas, no dejar que nos dominen los prejuicios y usar la lengua que tenemos sin añadirle retorcimientos, que ya bastante difícil es entenderse. Valga de ejemplo la escasa comprensión lectora de los jóvenes a los que nuestro sistema educativo no es capaz de enseñar idioma del que disponemos, no digo ya uno inventado desde la Administración. Esto pone cierto eco trágico a la futilidad de estas propuestas, por otra parte tan divertidas.

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