La esquina

josé / aguilar

Lepra eclesial, lepra política

LA alarma de los sectores más integristas de la Iglesia católica ante los gestos y las tomas de posición del papa Francisco sobre lo divino, y también sobre lo humano, no es nada en comparación con el pavor desatado por su reunión, que empezó ayer, con los ocho cardenales designados por el Pontífice para asesorarle sobre los cambios que pretende introducir en las estructuras eclesiásticas (léase la Curia vaticana, las finanzas y otras facetas del poder).

Como preámbulo del encuentro, y atizador de los miedos de la jerarquía católica, Jorge Mario Bergoglio ha concedido una entrevista al fundador de La Repubblica, el mítico Eugenio Scalfari, y le ha dicho: "La Curia (...) tiene un defecto: es vaticano-céntrica. Cuida los intereses del Vaticano, que son todavía, en gran parte, intereses temporales (...) Se olvida del mundo que nos rodea. No comparto esta visión y haré todo lo posible por cambiarla (...) La Corte es la lepra del papado". Ahí queda eso.

Esto es más subversivo que todo lo que el Papa ha dicho sobre los derechos de los gais o de las mujeres, más radical que su declaración de que nunca ha sido de derechas, más transformador que su tolerancia cero con la pederastia sacerdotal y más revolucionario que los cambios doctrinales, probablemente escasos, que se avecinan. Y ello es así porque este discurso va al meollo del problema que impide la renovación de la religión católica: el secuestro del mensaje de Cristo por una cúpula poderosa y endogámica de sus administradores ("intereses temporales", señala el Papa).

Como todos los aparatos de poder -piensen en los de la política-, el primer objetivo de quienes lo encarnan es perpetuarse por encima de todo, una vez autoconvencidos de que lo que es bueno para ellos es necesariamente bueno para la Iglesia, igual que los políticos trabajan por alcanzar el gobierno, y en cuanto lo alcanzan asumen como primera misión la de conservarlo, en la convicción de que sus intereses equivalen al interés general. Una casta favorecida por la organización piramidal que ella misma genera y refuerza.

Ahora viene un recién llegado a la cúspide de la pirámide y se dispone a desbaratarla. No con rebeliones teológicas, sino desde el convencimiento de que esa Corte vaticana abrumada de motivaciones terrenales y ahíta de poder es como la lepra: infecciosa y mutilante. ¡Habrase visto!

Hace veinte años un Papa así correría serio peligro de morir envenenado.

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