La ciudad y los días

carlos / colón

La Ley de Mecenazgo

EL Gobierno está ultimando la Ley de Mecenazgo. Una tan buena como tardía noticia porque, pese a tratarse de una de sus promesas electorales más importantes en el terreno siempre difícil para los populares de la cultura, lleva dos años paralizada a causa de las objeciones del Ministerio de Hacienda. Para las personas que inviertan en entidades sin ánimo de lucro o actividades culturales sin fines comerciales las deducciones pasarán del 25% al 30% en el IRPF en 2016, aumentándose la desgravación en otros cinco puntos si las aportaciones se repiten al menos durante tres años consecutivos a la misma entidad. Para las empresas también subirán las deducciones dentro de dos años otros cinco puntos en el impuesto de sociedades, del 35% al 40%, si mantienen las aportaciones durante un periodo de tres años.

Es un primer paso importante pero insuficiente. En Francia las deducciones son del 60% para empresas y el 66% para particulares; en Italia, del 65% y el 19%; y en el Reino Unido llegan al 70%. Pero un primer paso, al fin, que ayudará a la necesaria racionalización de la inversión pública en cultura. Lo ideal sería que el Estado se ocupara sólo del patrimonio histórico (lo que el tiempo y el juicio del gusto han establecido como bienes comunes cuyo valor no está sometido a los vaivenes de la moda o la opinión, y cuyo conocimiento se considera imprescindible para la formación y el desarrollo cultural de los ciudadanos); y que fuera el mecenazgo el motor de las aventuras creativas. Porque con el dinero público no se deben hacer inversiones que pueden considerarse de alto riesgo a causa de la incertidumbre sobre el valor de lo subvencionado.

Se acabaría así con la perezosa vanguardia subvencionada con dinero público. Quien quiera crear para el mercado, que lo haga. Quien quiera hacerlo de espaldas a él, lo que significa hacerlo de espaldas al gran público que paga, que afronte las consecuencias de su libre decisión creativa (como hicieron los verdaderos vanguardistas) o recurra al mecenazgo que, al fin y al cabo, al desgravar no deja de tener carácter semipúblico. Y si se quiere mejorar la calidad de la demanda, elevando el nivel medio del consumo cultural, que se invierta en educación para crear un público con mayor libertad de elección que apoye propuestas más innovadoras, creativas y reflexivas. No hay mejor ni más eficaz forma de apoyar a la cultura que cuidar la educación.

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