las mentiras del barquero

jesús Rodríguez

La Ley del número y el ocaso del cerebro humano

ES sorprendente -decía don Juan- lo mal que se mira hoy a aquellos que tienen ideas propias. Loco o estrafalario llama mucha gente a un hombre con una idea nueva… hasta que esa idea tiene éxito. Fíjese en lo que se rieron de Spencer Silver los de su empresa porque había creado un pegamento que pegaba poquísimo. El único que aplaudió la idea fue su compañero Art Fry, que enseguida vio que aquel pegamento que todos veían como un fracaso era una genialidad si no se quería unir indisolublemente dos superficies; por eso cuando quiso señalar algunas páginas de su libro de cánticos decidió impregnar tiras de papel con ese pegamento, creando el post-it. Art demostró que una inteligencia clara puede vencer a mil obtusas. -Tiene razón -respondió don Juan-. Para mí, la razón de ese rechazo que vemos hacia los que tienen ideas nuevas está en que hoy se considera que toda idea tiene que ser colegiada, de tal modo que cualquier afirmación que no tenga el referendo de una junta, de una asamblea o de un congreso no se tiene en cuenta. Hoy no existe más verdad que la que nace del número. Hasta para pedir el indulto de un condenado se reúnen miles de firmas, recabadas entre paseantes ociosos. Nada importa el valor del criterio del firmante o sus conocimientos sobre lo que apoya, tan sólo cuenta que su firma acreciente la relación de peticionarios… Lo peor es que con esta idea se está olvidando una verdad incontrovertida: una tontería con mil firmas al pie, sigue siendo una tontería.

Yo asentí y él siguió: -La ley del número rige en toda nuestra vida, amigo mío: en nuestra comunidad de vecinos, en la asociación de padres del colegio de nuestros hijos, en la empresa para la que trabajamos… Hasta para el ocio hemos consagrado la dictadura del número. Lo comprobé la semana pasada en la junta general del casino.

-Cuénteme -respondí yo, interesado.

-Resulta que la biblioteca del casino se inundó con los chaparrones de marzo pasado. A algunos socios no nos cogió por sorpresa, porque desde hace años las goteras se han venido agravando, aunque la falta de una partida en el presupuesto para arreglar el techo ha venido demorando su reparación. Algunos socios venimos insistiendo desde hace años en que había que resolver el problema, pero ha sido para nada. Por fin convencimos al presidente, que convocó una reunión la semana pasada para aprobar el arreglo del techo de la biblioteca.

-¿Y qué pasó en la reunión?, pregunté. Pondría usted verde a la junta directiva.

-Esa era mi idea, pero le cuento. Me había preparado un discurso bastante mordaz, dirigido especialmente al presidente, recordando que las goteras son un problema que veníamos denunciando desde hacía mucho tiempo sin que nuestra opinión se oyera. Había decidido concluir con un refrán que venía al pelo: el que no compone la gotera, compone la casa entera.Había incluso ensayado el tono grave con el que lo pronunciaría. Llegué pronto a la junta con el fin de buscar un sitio desde el que se me viera y oyera bien. A la hora fijada, el presidente abrió la sesión. Estaba yo ya carraspeando para aclarar la voz, cuando vi que el secretario iniciaba la cuenta de los presentes. Se dirigió entonces al presidente y le dijo algo en voz baja. El presidente negó con la cabeza y dijo: "Señores, somos treinta y uno. No hay quórum. De acuerdo con el artículo doce de los estatutos se suspende la junta".

-Se quedaría usted planchado -dije yo con una sonrisa-. Tanto preparar un discurso para después…

-Pues no se crea usted que era eso lo que me indignó -me interrumpió don Juan-, sino que sentí esa causa de suspensión de la junta como una bofetada sin mano. Según los malditos estatutos del casino treinta y una inteligencias no son suficientes para decidir que sea reparado un techo que se llueve a causa de las goteras. ¿Ve usted ahora adonde yo quería llegar?. El cerebro humano está de capa caída, se le considera incapaz de resolver sobre algo si esa resolución no se apuntala con el concurso de otros cerebros. Hoy, toda verdad ha de nacer de un número plural de cerebros.

Respiró profundamente y siguió:

-Pero yo me niego, porque sigo fiándome más del hombre que de la masa. Estoy convencido de que si en el siglo XVII William Harvey hubiera sometido a un congreso científico su tesis sobre que es el bombeo del corazón el que facilita la circulación de la sangre por el cuerpo, se hubieran reído de él por negar que los animales poseen dos sangres distintas, la venosa y la arterial, segregadas continuamente por el hígado y el corazón, como afirmaba Galeno. A pesar de demostrar que si fuera así el hígado necesitaría producir doscientos cincuenta litros de sangre por hora la mayoría de la comunidad científica siguió apoyando la teoría de Galeno… Como ves, la ley del número no es cosa solo de hoy. El ocaso del cerebro humano empezó a producirse hace mucho tiempo.

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