Ojo de pez

pablo / bujalance

Libertad para qué

EN la fabulosa entrevista publicada ayer en este periódico, casi daba don Julio Anguita, cual Quijote en fiero lance, la puntilla a IU al coronar a Pablo Iglesias como sabio administrador del pensamiento leninista en el presente. De paso, claro, también aguó la fiesta a los que, incluido el propio Iglesias, afirman que Podemos no es de ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario. Un servidor admira a Anguita por su clarividencia, por su sabiduría, por su capacidad de análisis, porque no se ha cebado con la revancha cuando otros se lo han puesto a huevo y porque se permite el lujo de decir lo que le da la gana, hasta mentar a Lenin con la que está cayendo, y quedarse tan ancho. Recordaba Anguita en estas páginas que, nada más llegar el futuro líder a Rusia en tren desde Suiza, cuando todos los camaradas esperaban una larga soflama revolucionaria, Lenin se limitó a decir que lo que el pueblo necesitaba era "pan, paz y tierra". Luego Stalin se encargaría de que no hubiera ninguna de las tres cosas, ni si quiera tierra, que en la URSS ya era decir. Pero asegura Anguita que nunca ha escuchado nada más revolucionario que tan elemental reivindicación. Y tiene razón. También acierta cuando advierte que Pablo Iglesias ha sabido encajar el mismo mensaje, en su simpleza, en estos tiempos de troika y crisis. Pero queda algo por decir.

Porque, para ser honestos, convendría apuntar que Lenin armó un sistema político capaz (luego se vio que tampoco) de procurar a los ciudadanos pan, paz y tierra a costa de otro elemento esencial para la definición del ser humano como tal: la libertad. Fue el rondeño Fernando de los Ríos, primer ministro de Justicia de la Segunda República, quien, a cuenta del posible ingreso del PSOE en la Tercera Internacional, se entrevistó con Lenin y le preguntó cuándo permitiría a los ciudadanos actuar y expresarse con libertad. La respuesta de Lenin, formulada con otra pregunta, es bien conocida: "Libertad, ¿para qué?". Y así fue: en España, fueron los comunistas los primeros verdugos de la tradición libertaria (de la que sólo ha perdurado en el imaginario histórico su acepción más negra; al cabo, ésta era otra forma de eliminarla) durante la Guerra Civil. Claro que, puestos a ser nostálgicos, habría que ver qué piensa Pablo Iglesias de todo esto; y comprobar si su escasa querencia a poner a dieta las estructuras del Estado obedece únicamente a criterios garantistas en cuanto a derechos o incluye, también, posibles vértices de vigilancia.

No sólo el capitalismo impide a los ciudadanos elegir. Y si se trata de escoger entre hambre o amo, mejor paren que me bajo.

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