Las buenas causas son como los patinetes, los adoquines y los estuches para llevar el violín. Se conciben con la mejor intención pero, según las manos en las que caigan, se pueden convertir en objetos muy peligrosos.

Si hay una buena causa en nuestra época, es el ecologismo, que se preocupa por el medio ambiente, procurando primero que hoy no tengamos que salir de paseo con una máscara antigás, pero velando también para que en el futuro quede alguna especie comestible sin extinguir y nuestros nietos puedan asar en la barbacoa algo que no sea completamente sintético.

Pero como venimos advirtiendo, nunca faltará un listo que aproveche la situación para sacar de esas buenas causas una renta más fullera. En algunos hoteles de playa, por ejemplo, se ofrece al huésped la posibilidad de no limpiarle la habitación durante su estancia a cambio de descuentos en el bar. Y no es que me parezca mal que, con tal de ahorrarse los cubatas, haya turistas que prefieran barrer ellos mismos el suelo y hacerse las camas. Lo que parece de broma es que los encargados de dirigir estos hoteles, en lugar de reconocer que son capaces de algo tan cutre con tal de pagar menos sueldos, encima se quieran poner medallas por su heroica protección de la Naturaleza.

Cualquiera es capaz de relacionar la polución del aire con el abuso de los coches en las grandes ciudades, o asociar la contaminación de los ríos a los vertidos descontrolados. Pero a nadie se le ocurriría sospechar que hacer las camas pueda resultar nocivo contra la capa de ozono, o que limpiar el polvo con un plumero se pudiera convertir en una práctica de riesgo medioambiental. Pero en un mundo globalizado ya nada nos sorprende. De hecho, las insufribles temperaturas que se han registrado este verano en el norte de Europa quizás sean achacables a las emisiones de gases tóxicos, pero quién sabe, a lo mejor todo ha sido culpa de un turista desalmado que en un hotel de Bangkok pidió al servicio de habitaciones un juego de toallas limpias.

Lo peor es que a tantas otras prácticas que ya nos producían mala conciencia (como beber agua mineral embotellada o desperdiciar papel escribiendo con letra gorda) tendremos ahora que añadir otras muchas, porque si limpiar habitaciones puede ser dañino, quién sabe si no nos estaremos cargando el planeta por dormir boca arriba, por tomar la sopa con cuchara o por usar camisas de cuadros.

De algo sí que no hay duda: los latigazos que se endiñaban al negro traído desde África en un velero eran mucho más ecológicos que andar enchufando la aspiradora para quitar el polvo. Aunque tal vez haya que sopesar si no será mejor tener en cuenta otras causas nobles y conservarles el empleo a esas camareras de piso, aun a riesgo de que, pasando la fregona y reponiendo el champú, estén echando a perder el planeta en que vivimos.

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