Dada la falta de moral de los últimos tiempos en cuestiones terrenales, nos vamos a tener que dedicar a prestar más atención al cielo, a las estrellas y a las perseidas que estos días vuelven por san Lorenzo para deleite de noctámbulos empedernidos, insomnes profesionales y románticos de los dioses. Ni la contractura cervical ni el dolor de espaldas y por supuesto, ni el frío de estos días a esas horas de la madrugada, puede restar ánimos a quienes se prestan a soñar despiertos con las más fugaces de las manifestaciones celestiales. Entendidas desde la astrología más seria o desde los mitos teológicos de otras civilizaciones, lo cierto es que no dejan de darnos pruebas de la insoportable levedad de nuestro ser ante la belleza de la naturaleza. Unos meteoritos rozando en una atmósfera milenaria es aún más espectacular en verano que en otra época, y nos demuestra de forma diáfana cuanto de inteligencia hay en la madre naturaleza en comparación con la ínfima capacitación de los denominados sapiens. Además de un regalo de dioses es una forma de mirar el infinito para quienes anhelamos otros mundos, con menos seres egoístas, menos cremas protectoras, menos cupones extras de verano, menos políticos ineficaces y menos caraduras en general o cortitos de los de atar en particular. Entrar al trapo del engaño relativo en que se ha convertido la separación entre la civilización de este siglo y la singladura de los elementos meteorológicos, sería el primer y necesario avance para poder empezar a hablar de desarrollo. Ni el adoquinado de las calles emblemáticas del centro o el nivel de acidificación de las albarizas de nuestras viñas tienen importancia en comparación con lo que nos espera si no hacemos caso a los mensajes de la Naturaleza. Mejor una buena tortícolis que un desenlace fatal. Y si no que se lo pregunten a los dinosaurios.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios