Cuando uno va cumpliendo años, todo lo nuevo le parece digno de ser cuestionado, por la creencia de que parece que se está, más o menos, en posesión de una más que meridiana verdad. En esto de la Semana Santa, se acude, demasiado gratuitamente, a la tradición para constatar realidades que se quieren indiscutibles y fuera de toda duda. La tradición bien entendida, sin embargo, es aquella que encierra postulados que no ofrecen duda a nadie y que es transmisora de una historia que es soberana, justa y sabia. Viene esto como comentario sobre lo que se pudo contemplar la noche del Domingo de Ramos cuando la histórica, antigua y señera Hermandad de la Coronación de Espinas tomó un recorrido, de vuelta, de lo más insólito, absurdo, antinatural y de espaldas a lo que la tradición ha dictado en sus siglos de existencia. La mente privilegiada que se le ocurrió proponer a la Junta de Gobierno semejante desvarío, aparte de un desconocimiento absoluto de la realidad histórica y de la esencia de su Hermandad, manifiesta, así mismo, una nula información sobre la situación de dichas calles por las que la Hermandad pasó. Son calles feas, sin un alma que las pueble - en la calle Bodegas no vive nadie -; si se quieren buscar esquivas circunstancias estéticas, que el Cristo de la Coronación les cambie el gusto porque no hay nada más antiestético que una cofradía por semejantes espacios ciudadanos. Lo malo de todo esto es que la estulticia de la ocurrencia ha sido suscrita por toda una Junta de Gobierno. Lo cual aquello de que nuestras corporaciones nazarenas están, en muchas ocasiones, ocupadas por miembros de muy escasas luces es algo demasiado constatable. Y no busquemos fáciles recursos de lo que se buscan calles cofradieras como manda la tradición. Una vez , y bien que me pesa, cualquier tiempo pasado fue mejor.

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