Parece que fue ayer cuando nuestra mente volaba de un lado para otro imaginando playas idílicas, momentos de relajación y veladas de terrazas al amparo de un grupo de amigos en animada conversación. Parece que fue ayer cuando estudiábamos reservas de posibles viajes o estancias en lugares apartados en los que el día a día se presentía como un remanso de paz y la vida de otra forma, ajena a prisas y estrecheces, plena de equilibrio y paz interior. Parece que fue ayer y todo ha pasado. El inexorable paso del tiempo también se ha llevado a julio y agosto por delante.

Atrás quedaron las colas en aeropuertos y autopistas, las aglomeraciones en lugares de visita turística e infinidad de situaciones imprevistas que nos hicieron renegar más de una vez de los viajes y añorar aquello que habíamos abandonado. Sin duda, la mente proyecta más de lo que es capaz de controlar la razón y, al final, nos sobrepasa. Ni las cosas son como las imaginamos, ni los lugares tan paradisiacos ni las costumbres ajenas tan envidiables ni mejores que las nuestras.

A la mayoría de las personas un mes de vacaciones se le hace largo. No es por el desmedido amor al trabajo, sino porque la proyección no se corresponde con lo real y las expectativas rara vez se cumplen. Aquello tan cierto que Cernuda supo plasmar en dos palabras claves: realidad y deseo. El trabajo, un don de Dios o un castigo divino, según se mire, porque para todo existe una doble lectura, ocupa gran parte de nuestras vidas, tal vez demasiado para el que tenga la suerte de tenerlo. Pero el montaje creado en nuestra sociedad occidental hace que las exigencias y el tiempo dedicado a las actividades laborales invadan más de lo aconsejable ciertos espacios que solo deberían formar parte de la vida privada.

La memoria, menos mal, es selectiva. Como señaló Claudio Magris, el auténtico viaje comienza cuando se regresa; recordaremos entonces los momentos agradables o, al menos, los imaginaremos así. Eliminaremos los desencuentros, las incomodidades y los contratiempos; nuestra mente comenzará de nuevo a volar, a imaginar nuevos paisajes y ciudades idílicas en las que el día a día se intuye más fácil y la existencia más llevadera. La vida no es más que eso. La luz de agosto se va y con ella las tardes largas y los tempranos amaneceres. Sin pretenderlo me viene a la mente el relato de Faulkner. Está claro que no tenemos arreglo.

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