Hace unos días se celebraron las pruebas de MIR (Médico Interno Residente). Se trata de un mismo examen a la misma hora en toda España, que lleva a una clasificación única para otorgar las plazas. En el viejo hospital de Mora se examinaron 289 médicos. En toda España, 16.173 candidatos para cubrir 7.515 plazas. De estas, 20 serán para el Hospital de Jerez, otras 20 para Puerto Real y 51 para Puerta del Mar en Cádiz.

Cuatro horas de examen, que se hacen cortas si estás dentro, en las que se juega el futuro profesional y personal. La salida según terminan es un acontecimiento. Una vez, a una chica la esperaba a la salida una batucada, que empezó con su marcha en cuanto salió por la puerta. También se ha visto alguna familia con una botella de cava que se abrió en cuanto asomó el aspirante. Todo un símbolo, porque los que acaban sienten que han soltado el tapón de una gran presión. A las pocas semanas vendrá otro ritual: el de la adjudicación de plazas en el Ministerio de Sanidad del Paseo del Prado de Madrid, que también tiene lo suyo. Y después… al trabajo. Porque sí, el MIR es una magnífica formación reconocida mundialmente; pero también duro trabajo en los hospitales, en las consultas, en los laboratorios, en urgencias. Hasta el punto de que, sin el trabajo de los MIR, no podrían funcionar muchos de los servicios sanitarios.

Y luego, tras diez años de formación con una oposición intermedia, tras haber trabajado cuatro años como médicos - mano de obra barata -, a la calle. A encadenar contratos precarios más o menos cortos y a esperar que en torno a los 40 años o más se consiga una plaza estable tras otra oposición.

Es duro, pero merece la pena porque es la profesión más bonita del mundo. No creo en la reencarnación, pero, si la hubiera, me haría médico.

Ánimo MIR.

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