Mágica transformación

Rara es la semana en que un visitante ilustrado no se muestra deslumbrado ante los cambios experimentados en Málaga

Rara es la semana en que un escritor o un visitante ilustrado -hace unos días, Javier Cercas, en El País- no se muestra deslumbrado y sorprendido ante los cambios recientes y casi repentinos experimentados en la ciudad de Málaga. No puede menos que agradecerse tales deferencias, siempre escritas en tono laudatorio. Pero si se analizan estas manifestaciones, varios aspectos se repiten en casi todas ellas. Y, por ello mismo, dicen mucho de la imagen que aún circula, en el exterior, de Andalucía. Así, resulta llamativa la insistencia en el efecto sorpresa. Nadie esperaba que tales cambios pudieran ser posibles. Como si, parafraseando a Cernuda, no fuera imaginable que los malagueños pudieran desprenderse de su disfraz perpetuo de andaluces e interesarse por la cultura de otros mundos. O recuperar la ambición económica de los Heredias, y la de aquellos malagueños que convirtieron, hace tres siglos, esta ciudad en un importantísimo foco industrial. Y hay más, deja perplejos a estos visitantes ilustrados la doble apuesta emprendida: una, de espacios urbanos para el arte, otra, de innovación tecnológica. Cuestiones no siempre fáciles de compaginar y que exigen mucho atrevimiento en una ciudad que parecía fatalmente destinada a vivir de la foto fija de sol, turismo y jubilados. Por eso, tal vez desde la lejanía, sospecharon que solo se trataba de una simple operación de escaparate y maquillaje. Y, por tanto, ante lo evidente, estos nuevos viajeros modernos se preguntan ahora extrañados: ¿y cómo esto ha sido posible en una Andalucía complacida y casi autosuficiente gracias a sus muchos disfraces festivos? Curiosamente, la respuesta más frecuente ha sido atribuir tales iniciativas a un hombre providencial. La sorpresa quedaba así amortiguada. Al señalar a su alcalde se tenía ya clara la figura del benéfico redentor. Cosa que en Andalucía gusta, porque tranquiliza saber que basta con aguardar. A cada ciudad le tocará alguna vez un alcalde imaginativo que logrará la necesaria y mágica transformación. Puede que la labor de su alcalde haya sido indispensable, pero no es conveniente hacer recaer, una y otra vez, esta admirable reinvención malagueña solo en un esfuerzo personal. Porque provoca que se olvide la apuesta colectiva que también ha sido necesaria para conseguir tal milagro. Seguro que muchos malagueños pensaron que ya estaba bien de contentarse con tener un disfraz distinto para cada temporada festiva. Y se han lanzado a desafiar lo establecido con otras demandas e ilusiones. Que este ejemplo encandile a otros andaluces.

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