La columna

Begoña García / González-Gordon

Mal que por bien

LA Crisis (hay que escribirla con mayúsculas), indudablemente nos está haciendo replantearnos muchas cosas. Asuntos como la avaricia, el consumismo, el despilfarro. Y haciéndonos reflexionar sobre qué es lo que verdaderamente necesitamos, o qué posesiones materiales contribuyen realmente a hacernos felices.

Pero no, no puedo acabar concluyendo que sea una mal que nos venga bien. No cuando estoy viendo sufrir a tanta gente. Quedarse sin empleo a tanta gente. Ver cómo se vienen abajo negocios en los que tanta gente había depositado su esfuerzo, sus ahorros, su ilusión, sus planes de futuro. Sin embargo, últimamente, sí ha habido males que tengo que dar por buenos. Como el de esa otra crisis -de naturaleza tan diferente- que acabó con la "dimisión" (bonito eufemismo) del ya ex-ministro de justicia, señor Bermejo. Aunque solo fuera porque ha sacado a la luz, la idiotez que supone el que un permiso de caza sólo sirva en una comunidad autónoma y no en las demás.

Esta normativa se cambiará, supongo, ahora que ha sido puesta en evidencia. A los cazadores les resultará cómodo y me alegro por ellos. A mí, la verdad, me trae bastante al pairo. Lo que sí me importa es que esa normativa, absurda donde las haya, es un ejemplo pequeño de esa duplicidad, y consiguiente despilfarro, en que hemos ido cayendo, al irse organizando -y engordando- el estado de las autonomías. Que ha duplicado muchos gastos y que justifica normativas y regulaciones, a veces innecesarias y otras verdaderamente disparatadas (como es el caso de los permisos de caza). Del mismo modo que la crisis de Bermejo lo puso en su sitio, o sea, fuera del gobierno y de la posibilidad de seguir malenredando, supongo que la otra Crisis, -la mayúscula-, pondrá muchas cosas en el suyo. Si fuera capaz de imponer austeridad, de conseguir frenar tanto derroche como el estado de las autonomías, me consolaré considerándola un mal que por bien nos viene. Deseando estoy de ver cómo empiezan a caer estructuras ostentosas e inútiles, y levantarse en su lugar otras austeras y sensatas. Que no están los tiempos para tonterías. Aunque mucha esperanza, la verdad, no tengo.

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