Pablo Iglesias ya no quiere vivir en Vallecas. Quiere dejar el barrio que lo vio crecer, el que tantas veces ha honrado en sus discursos de clase en contra del poderoso. Abandona a la gente corriente para irse a una zona exclusiva donde solo vive gente pija con mayordomo. Hace tiempo que le va bien, ya no es el mileurista que daba clases como profesor asociado en la complutense. Puede permitirse junto a su compañera, agraciada con la misma fortuna, una casa mejor, una zona "más tranquila", mejores colegios y buen ambiente para sus hijos. No veo en ello escándalo, no me sorprende ni me coge desprevenido. No he creído nunca en la sustancia del discurso de Podemos, ni que sus líderes fueran los mesías de la igualdad y la justicia. Iglesias ha hecho lo que numerosos dirigentes de izquierda venidos a más: traicionar su discurso original, olvidar a los de su clase. Los del clan de la tortilla cambiaron la chaqueta de pana y las jornadas en el campo por el traje hecho a medida y la moqueta. Los líderes estudiantiles que más bronca armaron en el 68 terminaron siendo perfectos burgueses. Maduro nunca más volvió a subir al autobús y los Castro se olvidaron de Sierra Maestra. Con las fortunas amasadas por todos ellos y lo que Pablo da del exceso de sus tres sueldos medios, haríamos de Vallecas un resort, así no tendría que mudarse. ¿Dónde están los círculos? ¿No ven motivo de indignación? Vale que los increyentes, los que no somos "pueblo", mantengamos la calma, pero ¿y los devotos? Les recetaría su propia medicina- una acampada-escrache a la puerta de la mini mansión-, pero la ortodoxia democrática del justo medio y la moderación no lo aconseja. Así que, con que los inscritos-masculino genérico que incluye a las inscritas-, votaran en contra del casoplón en la consulta-trampa, sería suficiente. No caerá esa breva.

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