No tendrá que ir a la cárcel. La madre almeriense que arrebató a su hijo el teléfono móvil (para que dejara de jugar y se pusiera a hacer la tarea) se ha librado de una buena. En esta ocasión el juez la ha declarado inocente, pero como no se ande con ojo, cualquier día se le va la mano con esa manía de educar que tienen algunas madres, le toca otro juez con más guasa y acaba en prisión.

En la reconstrucción de los hechos quedó patente que hubo forcejeo. Leve, porque arrancar ese apéndice llamado teléfono móvil de las manos de un adolescente amotinado puede llegar a ser pelea a vida o muerte, pero en este caso parece que no llegó a mayores. Sin embargo, en cuanto se produce contacto físico, aunque sea entre un chaval y la mujer que lo trajo al mundo, el caso se complica. Por eso el hijo, apelando al comodín de los malos tratos (y al comprobar, además, que estaban pisoteando su derecho a acabar la partida) ni se lo pensó. Tan pronto como se vio privado del aparato, y antes de cometer una locura, acudió a la Guardia Civil, sabiendo que la Justicia ampara incluso a los que no hacen la tarea, y denunció el tremendo episodio que acababa de sufrir.

Ante un caso así, que a punto ha estado de costarle una condena a esta madre temeraria, no quiero ni pensar en esas otras que corrieron peor suerte y hoy están privadas de libertad por ponerle cebolla a la tortilla, sin tener en cuenta que hay niños que la odian, o que están a punto de perder la custodia de aquella hija que, contra su voluntad, tuvo que ir de visita a casa de los abuelos.

Después de haberle pedido la Fiscalía una pena de 9 meses (curiosamente los mismos meses que tuvo que estar gestando a esa criatura en su seno), esta madre almeriense seguro que ha aprendido la lección y sabe que a partir de ahora, si no quiere que le impongan una orden de alejamiento, tendrá que dejar de jugar con fuego, pues en esta ocasión ha sido lo de quitarle el teléfono, pero en esa espiral en la que dicen que se enreda la violencia, otro día puede abusar del menor obligándole a cortarse el pelo, o practicando esa versión del secuestro que consiste en castigarlo un viernes sin salir.

Es pronto para hacer un diagnóstico, pero a saber cuál es el alcance de las secuelas psicológicas que acarrea para el chaval este trauma que se podría haber evitado. Pero claro, son los riesgos de jugar a ser Dios tomándose la justicia por su mano. Si ha aprendido la lección, esta madre escarmentada sabrá que, para otra ocasión en la que tenga que imponer disciplina, en vez de actuar como un lobo solitario, deberá acudir a las autoridades, y apelar, si hace falta, a la propia Guardia Civil, pues sería una lástima que acabara entre rejas por obligar a ese hijo a recoger su cuarto. Así esté hecho una leonera.

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